sábado. 27.04.2024

Elena del Olmo Andrade | @_elenadetroya_

Mirada cálida. Manos arrugadas, frágiles pero decididas en sus movimientos. Un refugio ante la ausencia de una madre. Para aquellos afortunados, como Salomé, la pérdida de una abuela quiebra lo más profundo del ser. La dulzura y el cariño de este vínculo está acompañado por el humo de la salvia, el olor del incienso, los cánticos en portugués de la anciana y el rubor anaranjado de las velas encendidas durante la noche. Los ojos de Salomé, brillantes y curiosos ante los rituales de su abuela, logran ver más allá de la realidad tangible. 

La francesa Cristèle Alves Meira apuesta por la infancia como motor de la narración, recurso que ya triunfó en cintas como Alcarrás 20.000 especies de abejas. En Alma Viva, su primer largometraje, nos sitúa en la cotidianidad de un pueblecillo en las montañas portuguesas. Durante el verano, Salomé se traslada con su familia materna para pasar sus vacaciones pescando en el río, paseando por el árido campo o acompañando a su abuela en las tareas diarias. Más pronto que tarde, el componente mágico toma protagonismo con unos presuntos pescados malditos regalados a la abuela de Salomé por una agresiva y rencorosa vecina. Rápidamente, la visión infantil de la protagonista se toma por veraz y la verosimilitud de la cinta se rompe, dando paso a un cautivador realismo mágico.

La francesa Cristèle Alves Meira apuesta en Alma Viva por la infancia como motor de la narración

Al igual que Ofelia y su fauno, las apariciones que presencia Salomé, los actos que comete en nombre de su abuela fallecida y las numerosas casualidades que asocian a la familia con la brujería se toman como verdaderas a ojos de la niña, sin evitar sembrar la duda de su credibilidad. La línea entre la magia, los fantasmas, el más allá y el proceso de duelo de la familia se desvanece, dejando a voluntad del espectador si creer o tomar como metáfora los desvaríos de Fátima, que desde su posición de tía obliga a la niña a tragarse una cabeza de gallina como remedio de la maldición que esconde dentro de su ser. Tradición, superstición y el dolor de una familia se diluyen para dar paso a un universo fantástico en el que saben con certeza que hay algo más allá.

El realismo mágico planteado por Meira, impulsa este demoledor drama con trazas de terror sobrenatural y tradición ocultista a la máxima exponencia

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Meira nos habla en un tono costumbrista, apuntando la cámara a la realidad de los habitantes de un pueblo humilde, sustentado por los cultivos y los ríos que lo rodean y supeditado a una tradición creyente en la superstición. El telón de fondo, impregnado por el pegajoso calor de los meses estivales, el zumbido de las moscas alrededor de lo decadente, el sonar de los cencerros de las ovejas y el bullicio de los niños y adultos paseantes traspasa la pantalla y envuelve a la audiencia en una cotidianidad remitente a la infancia, a la magia de las vacaciones de verano en el pueblo materno, alejado de la rutina urbana. Con esa emoción infantil, destruida por el luto pero que aún mantiene la fe, se pinta un certero retrato de la pérdida. Con unas actuaciones desoladoras de actrices tan noveles como la jovencísima Lua Michel o las más conocidas Ana Padrão o Jacqueline Corado, la familia se construye como una protagonista coral, una unidad que, impasible, afronta el llanto, el rencor y la marginación de sus vecinos.

Alma Viva sana, cura las heridas que la pérdida deja a su paso, a través de la magia como hilo conductor del luto de la nieta, de la madre y de la hermana. El inimaginable dolor se disipa por unos instantes a través de los milagros y las palabras que la difunta parece enviarles. Los fantasmas, aquí recuerdos, anhelos o remordimientos, rescatan la tradición de lo sobrenatural como proceso de asimilación del trauma, como personificación del dolor del que sigue estando, y suponen un punto de inflexión en la percepción de la realidad. El realismo mágico planteado por Meira, impulsa este demoledor drama con trazas de terror sobrenatural y tradición ocultista a la máxima exponencia, calando en lo más hondo del ser, incitando sollozos, jolgorio y apelando a la propia experiencia del espectador que, excluyendo a los escépticos, no tardará en recurrir a lo fantástico para sobrellevar la pena.

'Alma viva': un fantasma es un deseo