viernes. 19.04.2024
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El hijo

El hijo

Título original

The Son
Año
Duración
123 min.
País
Reino Unido Reino Unido
Dirección

Guion

Florian Zeller, Christopher Hampton. Obra: Florian Zeller

Música

Hans Zimmer

Fotografía

Ben Smithard

Reparto

, ver 8 más

Compañías
Coproducción Reino Unido-Francia; 

Embankment Films, Film4 Productions, See-Saw Films, Ciné@, Ingenious Media, Orange Studio

Género
Drama | Familia
Grupos
Adaptaciones de Florian Zeller
Sinopsis
La ajetreada vida de Peter junto a su nueva pareja Emma y su bebé se convierte en un caos cuando su ex esposa Kate reaparece con su hijo adolescente, Nicholas, un chico problemático con el que es difícil comunicarse, por agresivo y distante, y que acaba de abandonar la escuela.
 
CRÍTICA

Algunos momentos adscriben a un melodrama que se disipa bajo la forma común de lo esperable en lo cotidiano; la seriedad del tópico logra atenuar estos pasajes. La exageración emotiva se vuelve puntual y creíble.

 Precuela de El padre (Florian Zeller, Reino Unido, 2020), El hijo nos regala, durante escasos minutos, la maestría de Anthony Hokpins. Aunque solo opera como referencia histórica en la influencia ejercida sobre un padre que repite algunos patrones aprendidos por identificación.

Una historia sobre adolescente depresivo cuyos padres intentan reconducir hacia una “vida normal”, en consonancia con su edad. El planteo radica en la no concurrencia de Nicholas a sus clases y la decisión de vivir con el padre (Hugh Jackman), quien intentará “enderezar” el comportamiento de su hijo hacia la norma establecida.

Jackman rompe con los esterotipos que se encargaron de fijarlo a personajes recios y musculados al estilo Wolverine, pulveriza nuestros prejuicios, nos alecciona de maneara semejante al Brendan Fraser de La Ballena (Darren Aronofsky, EEUU, 2022), aunque en un registro diferente.

Drama familiar encorsetado en vidas maduras esforzadas por dar lo que no saben. Película crítica, padres que, en su ingenuidad, apuestan a cambios cimentados en la autoridad en relación a la aceptación del discurso de un adolescente con serias dificultades emocionales.

Una serie de enlaces dramáticos intentan objetivar una comprensión necesitada de creencias tan firmes como fijas. Peter será un padre aferrado al más mínimo esbozo de “mejoría”, clara demostración de la imprescindible señal tranquilizadora que devuelve las cosas al casillero de “lo normal”. El no saber bailar se convierte en vía de escape, banal explicación, excusa de Nicholas ante el apremio que padece al ser invitado a una fiesta; uno de los tantos ejemplos acerca de una actitud que navega en la incerteza, a la caza de cualquier indicio explicativo que contribuya a mejorar la situación.

Y es que, la ausencia de comprensión es la deuda de Zeller para con nosotros, avezados espectadores deseosos de un consumo que nos lleve a contactar con el hueso del asunto.

Se refugia en las características de personajes construidos en la fantasía del desconocimiento acerca de lo que un muchacho depresivo es. Mayor creencia en el enfermo que en la enfermedad; otro de los planteos del filme. La necesidad de no tomar contacto, tanto con las propias fallas, como con la aceptación de las severas dificultades de un hijo que no había tenido la oportunidad de mostrarse en sus más profundas particularidades.

Resuenan ecos que transitan por incógnitas irresolutas. Sentidos ajenos que intentan involucrar en lo no asumido, filiación directa que hace ruido en medio de una adolescencia confundida y desnorteada. Nicholas desconoce lo que le sucede, solo capta su desinterés por todo lo que involucre vida social y lo que su padre le propone. Uno se pregunta si es el padre quien no capta la ausencia de rumbo o el hijo que se deja ganar por futuras inquietudes desesperanzadoras. La incógnita prevalece en las carencias explicativas del implicado. Nicholas no consigue atribuir significado a su asumida anhedonia. El sentido de la vida podría estar en juego en la falta de palabras. El no saber marca ausencia de significado y, por tanto, confusión acerca del sentido. El adolescente no sabe lo que le pasa, la experiencia del padre tampoco parece hacer foco ante la presencia de vivencias intransferibles en el tiempo.

Zeller se adjudicó la responsabilidad, por la siembra de lo enigmático, en aras de una caracterización más potente. Nicholas no sabe los motivos de su padecer; no es lo relevante, el punto es cuan inconscientes son las motivaciones del adolescente depresivo, y de ahí no se mueve, porque no le da la gana, aunque nuestra preferencia hubiese sido un mayor desarrollo de la temática. Vanesa Kirby delató al realizador al hacer referencia plena a su faena directriz: “Florian nos pidió que nos centráramos más en aquello que no se dice y en los pensamientos inconscientes".

La fantasía recorre momentos de buen pasar en la crianza, formas de desviar la atención del dolor, realidades obviadas en traslados a un pasado encargado de rememorar lo agradable, lo que genera un sentir de trayectoria correcta frente a la educación del hijo. La imaginación es un parche de resultado que optimiza la carencia, lo que falta para la “vida plena”. Avatares de la existencia que sorprenden ante la ausencia de preparación personal. De ahí, la recurrencia a fantasmas del pasado, necesarias evasiones de la realidad, mecanismo de defensa solo a medias eficiente, no podemos estar todo el tiempo fuera de la existencia concreta sin padecer síntomas psicóticos.

Una invitación al rigor de la realidad y sus desesperanzas, momentos donde la manipulación se asocia a la creencia en aras de interrumpir la culpa de un supuesto victimario transformado en víctima, un panorama sin soluciones a la vista.

Como contrapartida, la imagen nos devuelve el cinismo de un Anthony Hopkins siempre exuberante; la fuerza del poder que jamás se cuestiona a sí mismo, ni colectiva ni individualmente. Un acercamiento, desde la inestabilidad de los vínculos, busca probar la necesidad de fortalezas y debilidades cimentadas, tanto en convicciones de crianza, como en autoritarias órdenes parentales.

Jackman en la encrucijada del papel de su vida. Navega con criterio en la soledad de un padre que intenta educar en la imposición de una presencia que resiste considerar la derrota; el fantasma del fracaso del mal padre asola los contextos; los transfigura en espacios de angustia contenida. La presión como carta de triunfo en la autosuficiencia de un Peter exitoso, envuelto en una confianza derivada de triunfos profesionales distantes de la función paterna. A Peter se le cae la estantería, la eficacia laboral se disipa en un abrir y cerrar de ojos para convertirse en la aridez simbólica del territorio desconocido. Cada persona es un mundo, más allá de corajes destinados a contextos en la ajenidad.

Película con muchos primeros planos, se aboca a realizar versiones íntimas de los personajes, donde despunta la preocupación en medio de un contexto insuperable. Interiores en la composición de encuadres tan reiterativos como cerrados a explicaciones y bien dispuestos a realizaciones rutinarias, es la seguridad que ampara ante el “riesgo social” de alguna forma imaginado, aunque no conceptualizado.

Drama  intimista, circula en la contemplación de seguridades varias; padres, que ansían protección frente a lo desconocido, resurgen en el intento desde esquemas aprendidos, suerte de manual didáctico de vida que Nicholas, como buen adolescente, desestima haciendo creer que asimila. Faceta manipuladora que proporciona una imagen de bondad ceñida a la experiencia interna de control sobre los progenitores. Ingenuidad compartida desde una omnipotencia parental resbaladiza, el Peter ganador debe asumir que su éxito profesional no lo inmuniza frente a los sentimientos de otros; la subestimación del instante se unirá al fracaso de consejos aplicados desde una autoridad que esconde la condescendencia tras la dureza.

Un filme maduro, elige circular sobre actitudes y mecanismos más que abordar la esencia de las cosas; los reales motivos de la depresión no se conocen, interesa la perspectiva desde las formas de manifestación vincular y sus resultantes. Un enfoque que involucra, desde la participación emocional de cada uno, en franca relación a ineficacias descriptas, pero no inculpadas, no interesa la postura del juez. El ceñimiento es a las formas de relacionamiento familiar, y a algunos de sus determinantes, en adición a la utilización de mecanismos de protección aplicados inconscientemente, sobre todo, por padre e hijo.

Un filme interesante, quizá haya despertado mayores expectativas por los antecedentes; no calza los puntos de El padre, aunque abre un espacio a la reflexión acerca de cuestiones no ajenas al siglo XXI. De todos modos, estamos frente a un buen trabajo de Zeller, un dramaturgo y realizador cinematográfico que se las trae.

 

 

 

 

El Hijo: Angustiante retrato acerca de la depresión adolescente