CRÍTICA DE CINE

Adam: Una pastelería en Casablanca

Adam

Adam
Año
Duración
98 min.
País
 Marruecos
Dirección
Guion
Maryam Touzani, Nabil Ayouch
Fotografía
Virginie Surdej
Reparto
Productora
Coproducción Marruecos-Francia-Bélgica; Ali n' Productions, Les films du nouveau monde, Artemis Films
Género
Drama
Sinopsis
Abla regenta una humilde pastelería en su propia vivienda de Casablanca, donde vive sola con Warda, su hija de 8 años. Su rutina, dictada por el trabajo y las labores domésticas, se ve un día interrumpida cuando alguien llama a su puerta. Se trata de Samia, una joven embarazada que busca empleo y techo. A la pequeña le atrae la recién llegada desde el primer momento, pero la madre se opone inicialmente a acoger a la extraña en su casa. Poco a poco, sin embargo, la determinación de Abla va cediendo y la llegada de Samia les abre a las tres la posibilidad de una nueva vida.
Distribuidora: Karma Films
 
CRÍTICA

Entre la vorágine de estrenos que luchan en distintas ligas pero que, de algún modo, buscan sorprender al espectador con cualquier tipo de truco, surgen de vez en cuando películas pequeñas y sencillas que, no obstante, acaban acertando gracias a la cercanía que le otorgan sus faltas de pretensiones. En su debut como directora, Maryam Touzani ha simplificado las estructuras y temáticas de la obra más célebre en la que participó como guionista y actriz, Razzia (Nabil Ayouch, 2017), para ofrecernos una bella historia de sororidad a tres bandas.

Ambientada en la casa de una pastelera de Casablanca, la película hurga en aspectos como la maternidad o la amistad con un tono próximo y envolvente, donde los detalles mundanos toman una presencia especial en pantalla. Como las delicias que ambas mujeres elaboran, la relación entre Abla y Samia empieza como una masa amorfa insignificante y se va moldeando hasta una fina pasta tejida por múltiples hilos, equiparables a las experiencias vitales vividas por las dos. Con simbolismos de este tipo, Touzani saca partido a las posibilidades que derivan del contexto para mezclar naturalmente el espacio con sus personajes.

Dejando pinceladas del trasfondo social marroquí, especialmente de la condición de la mujer, la película fluye pausadamente moviéndose en la previsibilidad en cuanto a los arcos de los personajes principales,  llegando a un desenlace realista medianamente inesperado, con una potencia dramática coherente con el moderado y costumbrista nivel de intensidad que ha inyectado la cineasta.

La gran suerte de Touzani es lograr que la película pueda definirse con la palabra “equilibrio”. No solamente porque nada en ella esté fuera de lugar, sino por la compenetrada sintonía que ha compuesto con todo su equipo, desde su intimista dirección de fotografía hasta sus intérpretes, donde destacan una luminosa Nisrine Erradi y Lubna Azabal, imponente desde su época de Incendios (Denis Villeneuve, 2010). Adam, pues, destila calidez y medida, conmoviendo sin sensiblería innecesaria. Una ligera delicia que no revolucionará nada cinematográficamente, pero que llenará el alma sin empachos de azúcar. Y esto ya es más gratificante que una filigrana narrativa vacía.