CRÍTICA DE CINE

La amabilidad de los extraños: Ambiciones deshinchadas

La amabilidad de los extraños

The Kindness of Strangers
Año
Duración
112 min.
País
 Dinamarca
Dirección
Guion
Lone Scherfig
Música
Andrew Lockington
Fotografía
Sebastian Blenkov
Reparto
Productora
Coproducción Dinamarca-Canadá-Suecia-Francia-Alemania; Creative Alliance, Svenska Filminstitutet, Nordisk Film & TV Fond, Nadcon Film, Film I Väst, WDR/Arte Grand Accord, arte France Cinéma, Det Danske Filminstitut
Género
Drama
Sinopsis
Clara (Zoe Kazan) llega a Nueva York con sus dos hijos en el asiento trasero de su coche. El viaje, que disfraza como una aventura a los ojos de los niños, pronto se revela como una huida de un marido y padre abusivo, además de policía. Los tres tienen poco más que el coche para subsistir en el invierno de Nueva York. Alice (Andrea Riseborough) les enseña que incluso, a veces, en las grandes ciudades, también hay misericordia.
 
CRÍTICA

Lone Scherfig se está haciendo mayor y ablandándose. La que en su día firmó una de las obras caudales del movimiento Dogma, la ácida Italiano para principiantes (2000), ha guiado su trayectoria a lo largo de los últimos quince años por la senda de la feel-good movie, películas llenas de emoción que siempre dejan un poso reconfortante en el espectador. Eso no tiene que suponer una flaqueza si se entregan películas como An education (2009) – tal vez la cima de su filmografía-, o la infravalorada Su mejor historia (2016), en las cuales el melodrama y la comedia fluyen adecuadamente al servicio de una historia suficientemente jugosa. Con La amabilidad de los extraños, Scherfig realiza otra feel-good movie, pero esta vez en el peor sentido de la palabra, ya que la buena praxis aplicada a las anteriores mencionadas queda dilapidada por un mal planteamiento, una ejecución muy apagada y una sobredosis de sensiblería.

La amabilidad de los extraños parte de una premisa habitual como son las historias cruzadas de personajes tristes y desgraciados en la Nueva York de las oportunidades, cuyo potencial depende de la entidad de los personajes. Este es el primer punto donde Scherfig falla, ya que concibe unos personajes un tanto maniqueos: o muy buenos, o muy malos, sin dar lugar a una escala de grises con la que ganarían en matices. Normal que ante tanta planicie psicológica luego sea difícil establecer una fuerte implicación con ellos, a pesar de ponerlos en una desgracia continúa.

La directora está tan preocupada de querer resaltar la bondad que fuerza el dramatismo y cae en una espiral de manipulación sentimental cargante, en una Nueva York que pretende ser realista al plasmar ambientes más austeros, pero que termina siendo idealizada. Scherfig también pierde el pulso en la narración, con un carácter errático y desordenado que la sumen en una falta de tensión despertadora de tedio. Solamente su visionado es aguantable gracias al plantel de actores reclutados, -especialmente Andrea Riseborough y una solvente Zoe Kazan alejada de sus roles cómicos-, que defienden como pueden un material por debajo de lo que merecen.

No podemos aún pontificar si la cineasta danesa ha perdido su gracia como creadora –en el plano humorístico sí, ya que no hay ni un toque cómico en todo el metraje-, pero lo que sí que está claro es que esta fábula edulcorada bienintencionada es un desganado paso en falso que la acercan más a festivales de pornografía sentimental como Belleza oculta (David Frankel, 2016) que al agradable savoir-faire del cine popular europeo. Es el resultado de la ambición de querer contentar a todo el mundo a base de una grandilocuencia poco arraigada en la realidad.