CRÍTICA DE CINE

Las Cartas De Amor No Existen

descarga

Las cartas de amor no existen

Cartelera España 8 de abril

Título original

Chère Léa
Año
Duración
89 min.
País
 Francia
Dirección

Jérôme Bonnell

Guion

Jérôme Bonnell

Música

David Sztanke

Fotografía

Pascal Lagriffoul

Reparto

Grégory MontelAnaïs DemoustierNadege Beausson-DiagneLéa DruckerGrégory GadeboisPablo PaulyCharlotte ClamensGaëtan PeauJean-François SivadierSolène RigotStéphanie AflaloNadir LegrandGabrielle Legrand, ver 8 más

Productora

Diaphana Distribution, Canal+, Ciné+, Cofimage 31, Palatine Etoile 17, Cinécap 3, MK2 Films

Género
RomanceComedia | Comedia romántica
Sinopsis
Jonas, parisino de cuarenta y tantos, sigue locamente enamorado de su ex, Léa. Después de una noche de borrachera, llama a su puerta para confesarle sus sentimientos pero Lea le rechaza. Despechado, acaba en la cafetería de debajo de su casa y comienza a escribirle una carta de amor, olvidando todo lo que tenía que hacer ese día. Con la ayuda de un divertido camarero y algunos vecinos del barrio, Jonas se enfrentará a sus relaciones pasadas, a un futuro incierto y sobre todo, a sí mismo. Lo que empieza siendo un último intento de recuperar a su ex, se convertirá en toda una reflexión sobre su vida.
 
CRÍTICA

Jonas (Grégory Montel), sigue totalmente enamorado de su expareja, Léa. Tras una noche de borrachera, acude a su puerta para confesar sus sentimientos y recuperarla, pero Léa le rechaza. Despechado, Jonas decide ir a la cafetería que hay justo debajo de la casa de Léa para escribirle una carta de amor. De esta forma, el protagonista se enfrentará a sus anteriores relaciones, a un mundo incierto y, sobre todo, a sí mismo.

Con "Las cartas de amor no existen", Jérôme Bonell consigue firmar una cinta sencilla con estilo propio. Tras una introducción firmemente filmada, la película mantiene el interés hasta el final. Durante todo el metraje se plantean cuestiones interesantes respecto al amor y a las relaciones que este suscita. Pese a esto, el espectador no se siente bombardeado con un mensaje moralista o aleccionador: la película no da respuestas, sino que contextualiza sus dudas.

En este aspecto recuerda al cine de Rohmer, donde a través de la trivialidad mundana se muestra aquello tan arraigado al ser humano como lo es el mundo de los sentimientos. Jamás se dan respuestas, todo se basa en mostrar. Respecto a este punto, cabe resaltar que la película evoca estilos bastante diversos. A parte del existencialismo de Éric Rohmer, podemos divisar la influencia de Woody Allen o Noah Baumbach en algunas réplicas rápidas llenas de sarcasmo e ironía, así como también el estilo de Campanella, con ese particular tono agridulce. De esta mezcla nace una obra singular, simpática y entretenida.

Si bien es cierto que el filme posee diálogos elegantes que huyen tanto de lo barroco como de lo demasiado conciso, hay tramos donde el ritmo de la trama decae un poco. En ocasiones la cámara consigue ser más narrativa que el propio guion, salvando de forma sagaz las partes renqueantes de la película. Parece que Bonnell no se decide en definir un camino para su obra, ya que resulta demasiado plana para ser autoresolutiva y demasiado narrativa para ser paisajística. Además, construye algunos personajes secundarios muy simplones, a los que cuesta tomarse en serio o simplemente empatizar con ellos, factor que explicaría el poco interés que despiertan algunas de las subtramas de la película.

Más allá de sus carencias y sus aciertos, la película destaca por su forma de abordar una gran pregunta: ¿Qué es el amor? Y lo hace diseccionando los rasgos comunes del amor romántico, desgranando figuras comunes en el imaginario colectivo. Jonas, el protagonista, quiere volver con Léa. Tras la negativa de ella, se obsesiona: se sienta en el café que hay delante de su casa, vigila su ventana, le escribe una extensísima carta de amor, pregunta a los vecinos sobre la vida amorosa de ella tras la ruptura.... Estas acciones nos resultan lugares comunes, pero, a la vez, su comportamiento no solo nos es anacrónico y desfasado, sino que nos parece estremecedor. La cultura del amor romántico defiende la idea de la posesión.

Pero, realmente, ¿amar es poseer? ¿Dónde está la línea que separa el romanticismo de la toxicidad? ¿Existe dicha línea o ambos conceptos se aúnan de forma indeleble? En cierto tramo de la película, un personaje responde de forma contundente ante el comportamiento casi enfermizo de Jonas: "Estás enamorado de tu propia tristeza". Y es que a veces el amor puede ser una herramienta. Una herramienta eficaz para agarrarse a alguien con tanta fuerza como para no dejarse llevar por uno mismo.