CRÍTICA DE CINE

Honey Boy: Infancia complicada

Shia Labeouf (Borg McEnroe. La película) dirige y protagoniza esta película junto a Lucas Hedges (El regreso de Ben) y Cliffton Collins Jr (Westworld).

Honey Boy

Título original
Honey Boy
Año
Duración
93 min.
País
 Estados Unidos
Dirección
Alma Har'el
Guion
Shia LaBeouf
Música
Alex Somers
Fotografía
Natasha Braier
Reparto
Noah Jupe, Shia LaBeouf, Lucas Hedges, Maika Monroe, Natasha Lyonne, Martin Starr, Clifton Collins Jr., Laura San Giacomo, Dorian Brown, Sandra Rosko, FKA Twigs, Ludwig Manukian, Al Burke, Graham Clarke, Byron Bowers
Productora
Automatik Entertainment / Delirio Films / Stay Gold Features. Distribuida por Amazon Studios
Género
Drama | Biográfico. Infancia. Adolescencia. Familia. Televisión. Cine independiente USA
Sinopsis
Otis es un niño de 12 años que descubre desde muy joven la cara oculta de Hollywood, ejerciendo de especialista en shows televisivos. Su padre es un antiguo payaso de rodeo con diversos problemas, ahora sin trabajo, que decide convertirse en su guardián. Cuando Otis no está grabando sus escenas como doble, pasa el rato con él en hoteles de poca monta situados en las afueras de las ciudades donde se alojan. La convivencia entre ambos es muy compleja, y Otis anhela que su padre se comporte como tal.
Estreno en Movistar+: 9 de abril
 
CRÍTICA DE MARCIAL MORENO

Una vez más una película que juega a mezclar la realidad con la ficción. En este caso nos dramatiza la compleja relación que el niño Shia LaBeouf, precoz estrella del cine, tuvo con su padre, que ahora es interpretado por el propio LaBeouf. Una relación tormentosa que se cuenta en dos tiempos mediados por diez años, donde se confronta la difícil convivencia del apenas adolescente de doce años Otis, con su desestructurado padre, y su vida diez años después, víctima ya de aquella infancia en el alambre.

El propósito está bien claro. Establecer la relación causal entre ambos momentos. Si el Otis adulto es un ser a la deriva, la razón hay que buscarla en su infancia, y por lo tanto, porque el candor del niño no permite otra lectura, señalar a un culpable, que no puede ser otro que el padre. Con todas sus circunstancias, sí, pero el padre.

Y no hay excesiva consideración con el ajuste de cuentas que se produce. El cariño del hijo hacia el padre se rastrea en la infancia (a pesar de que, en un momento dado, le espete que su apoyo se debe sólo al dinero que le paga por acompañarle) y también en su atormentada madurez, pero ese sentimiento queda reducido a la ingenuidad cuando no a un trastorno emocional que hace posible lo inexplicable. Y es que, más allá de ese sentimiento filial, los hechos son implacables. Las burlas, gratuitas y malvadas, del padre hacia el hijo, riéndose de su trabajo o incluso de su pene, corren paralelas a decisiones arbitrarias a las que sólo parece guiar la crueldad, o, en todo caso, la perturbación mental del padre, si no es que ambas cosas no son lo mismo.

Es el caso de la prohibición de aceptar una oferta atractiva que le ha llegado, o la actitud con Tom en la visita que les hace, de la que el pequeño Otis ya recelaba. Y por si todo eso fuera poco, la introducción en el mundo de las drogas y las palizas. La frase que pronuncia Otis en su charla con la psicóloga que lo atiende de mayor (en realidad más pensada para convertirse en eslogan que otra cosa), afirmando que lo único de valor que le dio su padre es el dolor, resume esa relación tormentosa.

Aun así la película intenta por momentos establecer una conexión entre los protagonistas, pero es más voluntariosa que efectiva o creíble, y descansa sobre todo en la limpieza de la mirada de Noah Jupe, el joven actor que interpreta al Otis niño. Si acaso el juego de las pelotas entre ambos constituye una ajustada metáfora de la frágil relación que mantienen.

De este modo la relación que cabría esperar de sus respectivos roles queda invertida. El padre es aquí el ser más inmaduro, y es su hijo quien tiene que asumir las riendas de la realidad, comenzando por el sustento económico y siguiendo por la mirada lúcida y la actitud reposada que hace posible la convivencia.

No es que no sea creíble, pero la inversión resulta demasiado drástica. La destrucción del padre, su caída en el infierno, contrasta excesivamente con la serenidad del hijo. No es fácil aceptar que en su deriva no haya arrastrado ya al joven, por su propia naturaleza mucho más frágil.

Es cierto que el hiato temporal con el que juega la película viene a concluir en esa degradación que el hijo sufre por la influencia de su padre, pero el salto es tan pronunciado que resulta difícil de admitir. Si durante la niñez, a pesar de todo, consiguió mantener la estabilidad tal como la mantuvo, resulta mucho más problemático creer en su caída. El relato regala demasiada fuerza al adolescente para hurtársela sin contemplaciones al joven, y ambas cosas no son fáciles de conjugar.

Nos encontramos pues ante una idea que no acaba de articularse. Es lo que se quiere decir cuando se afirma que una película chirría: las imágenes no acompañan a lo que se pretende establecer. Y cuando eso ocurre el relato entero se desmorona.

Algo así ocurre en este caso. Como la idea es diáfana, una vez expuesta, que es muy pronto, la narración queda estancada. Se tiene la sensación de que no avanza, de que todo está dicho y de que de alguna manera hay que llenar el metraje que resta, y eso se hace de dos maneras: por acumulación e introduciendo el elemento sentimental, que así, además, sirve para hablar de la iniciación erótico-amorosa del protagonista, algo que en las películas de adolescentes siempre viene bien.

Lo más interesante habría que buscarlo en los márgenes. Por una parte, el dibujo de esa América degradada, de moteles en medio de la nada, de motoristas a la deriva, de esperas y miradas cargadas de cansancio, cuando no desprecio, una visión conocida y que aquí resulta bien trazada.

Por otra parte, algunos momentos en los que la realización, rozando el manierismo, sale bien parada, como el arranque de la película, en el que se confunde, a través del montaje, el trabajo del actor con su realidad, presentándonos esa situación de indecisión en la que vive.

Y, por supuesto, el trabajo de los actores, los cuales, a pesar de sus roles demasiado esquemáticos, consiguen otorgar credibilidad a lo que hacen.

Revista Encadenados