CRÍTICA DE CINE

Mi obra maestra: Fraude y Honestidad

Comedia dirigida por el argentino Gastón Duprat (El ciudadano ilustre) y protagonizada por Guillermo Francella (El clan) y Luis Brandoni (Un gallo para Esculapio). Completan el reparto Raúl Arévalo (El aviso) y Andrea Frigerio (Pasaje de vida).

Comedia| 100 min. |España-Argentina| 2017

Título: Mi Obra Maestra.
Título original: Mi obra maestra.

Director: Gastón Duprat.
Guión: Andrés Duprat.

Intérpretes: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio

Estreno en España: 16/11/2018 
Productora: Televisión Abierta / Arco Libre / Mediapro

Distribuidora: A Contracorriente Films.

 

Sinopsis

Arturo (Guillermo Francella) es un exitoso galerista de arte. Es un hombre encantador, sofisticado y con pocos escrúpulos. Tiene su propia galería en el centro de Buenos Aires, ciudad que le fascina. Renzo (Luis Brandoni) es un pintor hosco, un poco salvaje y en franca decadencia, odia el contacto social y está prácticamente en la indigencia. Aunque a los dos les une una vieja amistad, no coinciden en casi nada. Sus universos e ideas son opuestos, lo que genera infinitas discusiones entre ambos. Arturo intentará revalorizar la obra de Renzo a toda costa. En el mundo del arte, por absurdo que parezca, todo es posible.

Crítica

Con Mi obra maestra, Gastón Duprat –esta vez sin su partenaire Mariano Cohns, pero siempre con su fiel escriba Andrés Duprat- cierra esa trilogía sobre el trasfondo cínico e hipócrita que envuelven las artes, tras explorarlo en la arquitectura con El hombre de al lado (2010) y en la literatura en El ciudadano ilustre (2016). Esta vez Duprat toma las artes plásticas (posiblemente, el paradigma más evidente entre la dicotomía postura-verdad), centrándose en la pintura, para plasmar toda la naturaleza que hay en la industria y mercado del arte. Inestabilidad, caprichos, imprevisibilidad, apariencia y engaño pueblan dicho mundo y, por ende, también el film de Duprat. Fiel a su marca de corte narrativo americano y con sus variaciones entre la comedia irónica y el drama sin excesos, tallado por maestros como Woody Allen, la película resulta en un conjunto menos sólido, afinado y verosímil que sus predecesoras.

El engaño y la apariencia del arte no solo forman parte del objeto de estudio de la película, sino también acaba siendo intrínseco a Mi obra maestra.

La ligereza empaña una trama sustanciosa y con buenos puntos de partida, impidiendo culminar una crítica menos obvia y más profunda, dada la trascendencia del tema. Asimismo, este tono liviano es confundido con un cierto descuido en el guión a la hora de estructurar su desarrollo, especialmente acentuado en su atropellado y descafeinado desenlace, por debajo de sus posibilidades. 

El engaño y la apariencia del arte no solo forman parte del objeto de estudio de la película, sino también acaba siendo intrínseco a Mi obra maestra, ya que el guión acaba resultando algo tramposo, pero no por ingenio y coherencia en su crítica, sino por pereza. En resumidas cuentas, carece de la contundencia e impiedad de El ciudadano ilustre en su disección de la mercadería, el valor y el éxito en el arte. 

Aceptando su falta de mordacidad y un tanto superficial reflexión, hallamos un entretenimiento cómico con tempo adecuado y cuya mayoría de gags funcionan, en gran parte gracias a la bien avenida paleta de colores de Guillermo Francella y Luís Brandoni. En sus dos figuras se apoya una convincente aproximación a la lealtad entre amigos, la cual termina siendo la ilustración más perfilada, honesta y lúcida de todas las disquisiciones de la película.  

Para sesudos y corrosivos discursos sobre el mercado del arte ya tenemos a The Square (Ruben Östlund, 2017) o Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010). Para distendidos blancos cantos a la amistad con brochazos negros, de fácil conexión con el espectador –cuya respuesta ante una obra puede encumbrar o hundir en la miseria económica a un artista-, están propuestas como Mi obra maestra. La cinta en cuestión no será la de Duprat, pero tiene suficientes ingredientes para contar con el beneplácito del público. Y esto, en el entorno de las artes, ya es una forma de triunfo.