CRÍTICA DE CINE

The Rider: A caballo entre ficción y realidad

Chloé Zhao (Benachin) dirige y escribe The Rider, en la que aparecen los intérpretes Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Cat Clifford (Songs My Brothers Taught Me), Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon y Derrick Janis (Songs My Brothers Taught Me)

The Rider

Título original
The Rider
Año
Duración
104 min.
País
 Estados Unidos
Dirección
Chloé Zhao
Guion
Chloé Zhao
Música
Nathan Halpern
Fotografía
Joshua James Richards
Reparto
Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Terri Dawn Pourier, Cat Clifford, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon, Derrick Janis
Productora
Caviar Films / Highwayman Films
Género
Drama | Caballos. Cine independiente USA. Vida rural (Norteamérica)
Sinopsis
Brady, que fue una de las estrellas del rodeo y un talentoso entrenador de caballos, sufre un accidente que le incapacita para volver a montar. Cuando vuelve a casa se da cuenta de que lo único que quiere hacer es montar a caballo y participar en rodeos, lo que le frustra bastante. En un intento por retomar el control de su vida, Brady emprende un viaje en busca de una nueva identidad y del significado de lo que es ser un hombre en el corazón de América.
Estreno en Filmin: 23 de abril
 
CRÍTICA

The Rider es una de esas cintas independientes del cine norteamericano que desde el momento de su estreno en algún festival minoritario ya resultan ser una sorpresa de esas que animan la temporada cinematográfica. Sorprende igualmente que su directora, Chloé Zhao, sea una mujer pequinesa de 36 años que ha vivido a caballo entre su país de origen, dos capitales mundiales como Londres y Nueva York, y haya acabado siendo residente en los parajes californianos.

La realizadora, con anterioridad, ya firmó varios cortos y una primera cinta desconocida que ya dejaba intuir las cualidades de la película que hoy nos ocupa. The Rider es el título que la ha descubierto al mundo. Zhao, para más señas, se dedica a escribir, producir y dirigir su obra con una financiación absolutamente autónoma y salir completamente airosa con una película que ya cuenta con adeptos para convertirse en una referencia obligada del cine de este año.

The Rider no sólo es una simple película sino que puede ser interpretada a varios niveles: como drama costumbrista del mundo de los cowboys, como biografía de un personaje a la deriva cuya pasión es al mismo tiempo su condena e incluso como un documental de imágenes bellísimas sobre el mundo de los jinetes y de los rodeos. Y además, claro, se trata de un western en su sentido más clásico.

Pero además reinventa y desafía las propias normas del género porque cuando uno piensa en el western claramente le vienen a la mente el cine de la época dorada hollywoodiense. También nos vienen a la cabeza Clint Eastwood y Sergio Leone, el Quentin Tarantino de los últimos años o incluso hasta experimentos recientes en los que se juega con el propio género y con algunas de sus leyes intrínsecas.

En el rodeo

Brady Blackburn es un muchacho famoso por su destreza como entrenador equino y por ser un joven jinete estrella de los rodeos de Dakota del Sur, donde vive con su hermana y su padre. Ambos con sus características particulares, mientras su hermana Lilly tiene una disminución psíquica evidente, a su progenitor se le intuye sombra de lo que fue en tiempos pasados, también a los lomos de los caballos. Todos los jóvenes de su entorno sueñan con ser como Brady y ganar competiciones en los rodeos.

Pero Brady, a causa de un accidente en una competición, ha tenido una severa fractura en el cráneo y problemas de movilidad en una de sus manos, lo que en principio le debería impedir volver a montar a caballo y, mucho menos, participar en los rodeos. Lo que supone que para lo que él ha crecido destinado y lo que es su único aliciente en la vida se vuelve en su contra y le impide ser quien realmente es.

Junto a él también descubriremos a otros personajes cuyas vidas cobran sentido únicamente a lomos de un jaco. Entre estos, otro joven jinete legendario, Lane Scott, está en una situación mucho peor que la de Brady, pues también en un rodeo ha quedado tetrapléjico de por vida, aunque sueñe con recuperarse algún día y poder volver a coger las bridas de algún potro. Él es quien protagoniza, quizás, la escena de mayor conmoción de todo el filme.

La docuficción de Zhao

Los Blackburn, que son Brady, Lilly y Tim (el padre), así como Lane Scott, se interpretan a sí mismos. Aunque en el caso de la familia se hayan cambiado los apellidos pues en realidad son los Jandreau (Brady, Lilly y Tim) mientras que Lane Scott mantiene su nombre completo inalterado. Lo que quiere decir que estamos a caballo entre realidad y ficción, entre hechos que han ocurrido y otros que han sido introducidos por obra y arte de la ficción cinematográfica.

La directora filma mediante una sugerente mescolanza de ensoñación visual y un verismo hiriente. Constantemente estamos asistiendo a coreografías exquisitas de caballos, polvo, tierra y cielo, a la par que enlazamos estas escenas llenas de arte con otros momentos mucho más encarnizados. Podemos estar atendiendo a la recuperación de la movilidad de alguno de sus personajes o ver atónitos heridas abiertas rebosantes de sangre que deben ser curadas.

Mediante esta doble dialéctica que se reproduce paciente durante todo su medido metraje, una desoladora sensibilidad y una sensación de desasosiego invaden cada una de sus secuencias, haciendo que Zhao demuestre que además de dominar la docuficción sabe sacar partido de cada imagen y conoce las raíces del verdadero melodrama.

Brady Jandreau se revela, además de un excelente cowboy y adiestrador de caballos, como un actor genuino. De aquellos que quizás sólo puedan brindar una única actuación pura en su vida y que entroncan directamente con el estilo del neorrealismo. Y es que estamos delante de una nueva reinvención de la propia corriente. Una que se revela como una oda a ese caer y volver a levantarse, a volver a coger las riendas y redirigirlas ante los obstáculos que se erigen en nuestros caminos.

En definitiva, una lección de cine y de vida.

Escribe Ferran Ramírez Revista Encadenados