CRÍTICA DE CINE

El Viajante: Una sociedad enferma

En su nuevo trabajo Asghar Farhadi, responsable de las excelentes A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) y El Pasado (Le Passé, 2013), vuelve a dirigir sus dardos hacia las miserias ocultas del islamismo, una estrategia discursiva que se sirve de los pivotes del thriller para afianzar su sutileza.

Drama | 125 min. | Irán-Francia 2016

Título: El Viajante.
Título original: Forushande (The Salesman).
Director: Asghar Farhadi.
Guión: Asghar Farhadi.
Actores: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati.

Estreno en España: 17/02/2017 
Productora: Arte France Cinéma / Farhadi Film Production / 

Distribuidora: Golem.

 

Sinopsis

Emad y Rana deben dejar su piso en el centro de Teherán a causa de los trabajos que se están efectuando y que amenazan el edificio. Se instalan en otro lugar, pero un incidente relacionado con el anterior inquilino cambiará dramáticamente la vida de la joven pareja.

Crítica

En su nuevo trabajo Asghar Farhadi, responsable de las excelentes A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) y El Pasado (Le Passé, 2013), vuelve a dirigir sus dardos hacia las miserias ocultas del islamismo, una estrategia discursiva que se sirve de los pivotes del thriller para afianzar su sutileza.

En el cine de Asghar Farhadi se unifican el talento y la paciencia.

En el cine de Asghar Farhadi se unifican el talento y la paciencia, los dos componentes fundamentales de ese naturalismo -marca registrada del realizador- apuntalado en el día a día de personajes que arrastran problemas de manera cíclica hasta que un catalizador al paso magnifica sus disgustos. Los melodramas de suspenso del iraní, tan deudores de John Cassavetes como de Alfred Hitchcock, constituyen una anomalía en lo que respecta a la cartelera internacional contemporánea porque por un lado analizan con una enorme eficacia y complejidad la sociedad musulmana y por el otro cuentan con un sex appeal de corte occidental, ya que incorporan andamiajes y motivos exógenos sin perder jamás la fluidez y logrando que los mismos no se sientan fuera de lugar en el planteo general. De hecho, en El Viajante (Forushande, 2016), su último film, regresan sus intérpretes habituales Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti y Babak Karimi y en el devenir adquiere una gran importancia La Muerte de un Viajante (Death of a Salesman), la famosa obra teatral de Arthur Miller.

La trama comienza con Emad (Hosseini) y Rana Etesami (Alidoosti), una pareja burguesa, teniendo que abandonar el departamento donde viven debido a que el accionar de una excavadora de una construcción lindante provoca el colapso de la estructura del edificio. Ambos actúan en una puesta del clásico de Miller y por medio de un colega mutuo, Babak (Karimi), consiguen un nuevo hogar que parece ideal para su proyecto -no del todo asumido- de concebir a un hijo para revalidar su amor. Lamentablemente la tranquilidad se desvanece cuando una noche Rana es golpeada en un intento de violación en el baño de su casa, lo que deriva en una herida en la cabeza y un trauma psicológico.

En las horas posteriores al ataque Emad descubre que el perpetrador -por su fuga motivada por los gritos de la mujer- se olvidó su celular y las llaves de su camioneta, a la que halla estacionada cerca del departamento. Mientras que ella decide no hacer la denuncia ante la policía, él se lanza a una investigación por su cuenta para dar con el paradero del agresor y ajusticiarlo.

Aquí una vez más Farhadi se sirve del entramado de mentiras, “evasiones” y problemas no resueltos en el que deambulan sus creaciones para poner de manifiesto las diferentes facetas de la vida en comunidad y el choque entre el mandato social y los dilemas del ámbito privado. En este contexto, La Muerte de un Viajante aparece como un metadiscurso muy interesante porque permite a los protagonistas exteriorizar -en esa ficción dentro de la ficción- los sentimientos que no se animan a translucir en su cotidianeidad, una que estalla en pedazos tanto por el abuso en sí como por las circunstancias bizarras en que se llevó a cabo.

La serenidad del director hace que el desarrollo se divida en segmentos neorrealistas que se toman su tiempo para tejer vínculos varios vía la sutileza y el detallismo, los ejes principales de la estrategia narrativa de base: la intolerancia internalizada del esquema religioso en que viven Emad y Rana demoniza a la víctima y hasta los deja en la más pura soledad al instante de buscar algún tipo de reparación ante la debacle inesperada de turno.

Junto a la inoperancia tradicional del estado y una colaboración hipócrita por parte de los vecinos de la pareja, quienes se la pasan chusmeando y en el momento de la arremetida no levantaron ni un dedo para detener al perverso, es la falta de un horizonte moral que respete al prójimo el inconveniente central del colectivo que construye la película.

Precisamente, nadie se salva de los dardos subrepticios de Farhadi porque si bien el humanismo está a la orden del día y nos aclara que cada uno hizo hasta cierto punto “lo que pudo”, tampoco se puede obviar que todos los personajes tuvieron algo de que arrepentirse a lo largo de la faena: Emad se va transformando progresivamente en un ángel ciego de la venganza como una forma de demostrar su cariño hacia Rana, la cual -al no hacer la denuncia- termina celebrando una impunidad vinculada a una cobardía errática que muta en una suerte de misericordia cristiana venida a menos durante el último capítulo del relato, cuando por fin conocemos al responsable del ataque y de a poco el patetismo se eleva a alturas inauditas.

Ahora bien, esos 30 minutos finales de El Viajante rankean en punta entre los momentos más angustiantes del cine reciente, una síntesis perfecta de todo lo que se puede lograr cuando eclosiona la verdad y ésta se combina con el núcleo de lo “no dicho”, la matriz de una pugna metamorfoseada en la hipocresía familiar y el rechazo a situar a la mujer en el mismo escalafón que el hombre (por ejemplo, hay una marcada insistencia en evitar utilizar la palabra “prostituta” para referirse a la profesión de la inquilina anterior del departamento de los protagonistas, circunstancia que se condice con la indignación que sienten los personajes en torno al asunto, al extremo de desinteresarse por Rana). Farhadi enfatiza que los conflictos negados terminan siendo más nocivos que los enfrentamientos explícitos, lo que funciona como punta de lanza para examinar el popurrí de miserias de una sociedad enferma y de idiosincrasia bipolar que busca siempre olvidar las crisis en vez de resolverlas para mantener una fachada de paz mediante “desviaciones” que destruyen toda confianza…

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