CRÍTICA DE CINE

Entre La Vida Y La Muerte: Malas decisiones bien ejecutadas.

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Entre la vida y la muerte

Cartelera España 14 de julio  

Título original

Entre la vie et la mort
Año
Duración
100 min.
País
 Bélgica
Dirección

Giordano Gederlini

Guion

Giordano Gederlini

Música

Laurent Garnier

Fotografía

Christophe Nuyens

Reparto

Antonio de la TorreMarine VacthOlivier GourmetTibo VandenborreFabrice AddeNessbealAlexandre BouyerLila JonasMarie PapillonNoé EnglebertChristophe SeureauVadiel Gonzalez LarduedWim Willaert

Productora
Coproducción Bélgica-España-Francia; 

Frakas Productions, Noodles Production, Eyeworks, Fasten Films, Le Pacte, RTBF (Télévision Belge), Canal+, Proximus

Género
ThrillerDrama | Thriller psicológico
Sinopsis
Leo Castañeda, español afincado en Bruselas, trabaja como conductor de metro. Una noche presencia el suicidio de Hugo, su hijo, del que llevaba más de dos años sin saber nada. Tras lo sucedido, Leo empieza a indagar en las causas de su muerte y descubre que estuvo implicado en un atraco. La búsqueda de respuestas lo conducirá a una peligrosa investigación y a enfrentarse a su propio pasado.
 
CRÍTICA

"Entre la vida y la muerte" es una película repleta de malas decisiones ejecutadas correctamente. El guion carece de verosimilitud, los personajes no disponen de trasfondo y existen criterios estilísticos bastante discutibles en algunas secuencias. Aun así, el filme de Giordano Gederlini se mantiene en pie por el buen uso de la narrativa interna de las escenas, subrayando el uso de la música y los efectos de sonido capaces de crear dinámicas interesantes.  

Antonio de la Torre es uno de los aciertos del filme pese a que el actor se vea abocado a confiar en su propio talento, puesto que su personaje es incoherente y bastante plano. De todas formas, cabe destacar una vez más el trabajo del malagueño, quién es capaz de mimetizarse con la ficción de una forma tan sigilosa que, cuando uno quiere darse cuenta, el alma del personaje al que interpreta luce cómo si siempre hubiera existido dentro de su cuerpo. El resto del elenco no está tan acertado, ya sea por la diferencia de minutos en escena de cada actor o por lo incongruentes que resultan muchos de los personajes con los que nos topamos a lo largo del metraje.

Por otro lado, cabe destacar la poca credibilidad de la que dispone hoy en día el thriller policíaco en las producciones europeas. A principios de la década de 2010 parecía que el género estaba de moda en el viejo continente resignificándose en su forma. Se estrenaron muchas películas con un ritmo interno trepidante muy propio del cine de Hollywood, pero con un planteamiento formal y estético con los pies en el suelo. Vertiginosas persecuciones por las calles de Berlín, épicos tiroteos en el centro de Edimburgo o increíbles golpes criminales en sucursales bancarias de Madrid eran el epicentro de estas películas.

Los clichés se resignificaban; lejos quedaban aquellas comisarías sofocantes repletas de banderas norteamericanas con su comisario estrella a punto de retirarse. Pero a medida que este tipo de producciones se multiplicaban se creaban nuevos lugares comunes que, en esencia, no distaban mucho de los que ya estaban tan manidos en el cine yanqui. La pareja de policías a priori irreconciliable, la lucha epopéyica contra el terrorismo, la imposibilidad de hacer frente a la corrupción policial y el poner en primer término el valor de la familia tradicional son tan solo algunos ejemplos válidos para defender esta tesis.

En pleno 2022 filmes de este tipo, como el caso que nos ocupa, resultan para el espectador un ejercicio "testosterónico" y pasado de moda. Estamos en un mundo cambiante, por lo que el cine, como reflejo irrevocable de su contexto más inmediato, también debería serlo. Repetir fórmulas de forma mecánica desvirtúa el producto, consiguiendo que el público vea claramente el entramado de la industria y acabe por rechazar aquello que se le ofrece. La originalidad implica riesgo, luego no es un valor rentable en términos empresariales.

Tiene lógica. Pero el espectador, quién consume y ama el cine, no entiende una película como una hoja de Excel, sino como una obra de arte - o entretenimiento - capaz de sorprenderle. Esto también tiene lógica. ¿Nos encontramos, pues, entre la vida de la industria y la muerte del arte? Tan solo cabe esperar.