jueves. 28.03.2024

Esta sensación no va a cambiar con la proyección de la mañana, pues M de Yolande Zauberman es ese tipo de película, muy común este año, donde hay muy buenas intenciones pero donde fallan las formas y el modo de afrontar el problema.

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En el largometraje seguimos a un joven judío ortodoxo y su particular vuelta a su ciudad natal para que afronte aquello que le hizo huir: fue abusado repetidas veces por miembros de su  comunidad religiosa, hecho que se repite en otras personas que conoce y que además crea un círculo vicioso donde víctima se convierte en verdugo al hacerse mayor y repetir el crimen.

Un problema que es tratado como si de un programa de televisión de cadena generalista se tratase, sin el menor atisbo de aportar una visión propia o una estética que lo distinga. Algo que empeora cuando la sensación de que con una duración mucho menor se habría conseguido algo más homogéneo e interesante.

Hay momentos inspirados como la conversación con los padres que adquieren una gran fuerza visual, no tanto por las palabras si no por los gestos y miradas que se lanzan entre ellos, pero otros como esa recurrencia a enfocar a niñas (cuando el problema es de abuso sexual masculino debido a la idiosincrasia de los rituales de esta religión que aparta a hombres de mujeres) es de melodrama barato rozando la pornografía emocional.

La irregularidad de las propuestas continúa con When the Tree Fall de Marysia Nikitiuk, una suerte de relato de fantasmas donde una pareja de jóvenes enamorados deben separarse ya que él es un matón que debe realizar un último trabajo y ella vive en una familia que no comprende ni quiere, que además intenta alejarla todo lo posible del chico.

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Cuando este muera debido a errores de su grupo de sicarios, comenzará una historia fantástica que implicará a la hermana pequeña de la joven (que parece tener ciertos poderes para ver otros mundos) y la promesa de un anillo perdido.

Extraña y muy amarga en su narración, donde el autor parece no tener mucha empatía con sus personajes, su conclusión no nos parece muy efectiva e incomprensible para como se estaban dando los hechos y que sin duda Gustavo Adolfo Bécquer hubiese sabido cómo acabar correctamente.

Atardecer de László Nemes, director que cogió mucha estima y valoración tras El Hijo de Saúl, es culebrón bien rodado e interpretado durante los meses anteriores al comienzo de la Primera Guerra Mundial, donde una joven (Juli Jakab) intenta empezar a trabajar en la tienda de sombreros de sus padres biológicos y descubre que tiene un hermano al que todo el mundo parece odiar pero que parece conocer un horrible secreto que ocurre en la sombrerería.

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Nemes no controla la duración de su largometraje y lo hace llegar a casi dos horas y media de una historia que perfectamente podía haberse contado en menos de dos y de las cuales más de su mitad de dedica a hacer primeros planos de su protagonista, indómita y sobrecogida Jakab) lo que hace perderse al espectador no pocas veces entre la maraña de secretos y revelaciones que se le van dando.

El acierto de desenfocar las imágenes para ocultar información no nos parece suficiente como para encumbrar una obra que repite muchos estilemas de la anterior película de su director.

La tarde comienza con Tiempo Después de José Luis Cuerda, que vuelve a la comedia absurda existencialista que tan buenos frutos le dio con Amanece que no es Poco y Así en el Cielo como en la Tierra.

Divertida pero demasiado resabida y con una crítica muy velada a nuestros tiempos, cosa que aquellos dos anteriores filmes no eran,  y que por ello se nos antoja insuficiente para lo que podría haber dado la historia.

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Además existe un problema mayor. Su plantel de actores no es el que poseían las anteriores y se nota mucho. Faltan la fuerza de grandes como Luis Ciges, Chus Lampreave, Fernando Fernán Gómez o Francisco Rabal que no pueden suplir unos Arturo Valls, Berto Romero o Roberto Álamo.

Aún así, nos parece la mejor película de Cuerda en años y eso ya es de agradecer.

Nuestra jornada acaba con Sauvage, debut de Camille Vidal-Naquet sobre la vida de un prostituto de 22 años interpretado con fuerza y complejidad por Félix Maritaud, que tras esta 120 Pulsaciones por Minuto, Jonas y Un Couteau dans le Cour, parece haberse convertido en el nuevo actor fetiche del cine gay francés.

Directa y sin entrar en conflictos morales ni juzgar a sus personajes, el filme hace un retrato crudo de la vida de este joven que vende su cuerpo por dinero y vive en las calles pero que también es capaz de enamorarse.

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Interesante es su conflicto sobre la libre elección de trabajar como prostituto con los riesgos que conlleva y que entronca con la decisión del festival (no sabemos por qué) de poner antes del filme una publicidad crítica sobre prostitución femenina con el apoyo de la Junta de Andalucía y más si cabe cuando en la película se hace un retrato de todo tipo de las personas que pagan a estos jóvenes para mantener sexo, del que lo hace por morbo, el que lo hace por soledad y necesidad o incluso el que por motivos de discapacidad no encuentra otra vía.

Maritaud realiza un tour de force durante la mayor parte del filme, que lleva a cuestas sin problemas y de la forma más natural incluso cuando llegan las escenas sexuales que el director filma como una danza de cuerpos enfrentados con esa mirada que parece que solo los autores franceses tienen para enfocar los cuerpos desnudos. 

Un salvaje Félix Maritaud nos salva de otra jornada mediocre