viernes. 26.04.2024

Carlos Valadés | @carlosvalades

Celso Giménez, autor de la pieza, irrumpe en el escenario lentamente. Micrófono en mano desgrana una historia familiar, que es la historia que nos vertebra a todos los españoles desde hace tres generaciones, la historia sangrienta de la guerra civil. El autor bucea en sus antepasados profundizando en el concepto de tercera generación. En palabras de Celso, "la primera generación de exiliados no habla de lo que les ocurrió, no tienen un lenguaje porque han embotellado el trauma en su interior. La segunda, tampoco. Están muy ocupados: tienen que construir una vida. Pero la tercera generación, los más jóvenes, son los que excavan en la memoria de sus mayores. Hablamos mucho de que hemos heredado el color del pelo o la forma de la cara, pero también heredamos algo tan abstracto como la pena. Somos la tercera generación y me pregunto si la última". La epigenética estudia la manera en la que los hijos heredan los traumas de los padres dotándoles de unos signos de identidad y de qué manera eso afecta a los descendientes de los que formaron parte del bando perdedor y posteriormente represaliado.

Tres primas se reúnen en una cabaña. Alrededor de los treinta años y con una mirada inocente, charlan sobre sus vidas, las relaciones, sus aspiraciones y miedos. Todo ello mientras beben vino y bailan a ritmo de Beyoncé. Interpretadas por Natalia Fernandes, Teresa Garzón y Belén Martí Lluch, dirigen sus conversaciones hacia el abuelo que combatió en la guerra civil y que vivió sus primeros 20 años como Celso y los 40 siguientes como Angel Dubois y que renunció al exilio a Francia, un exilio que le hubiera salvado la vida. Celso desistió cruzar la frontera francesa para despojarse de su identidad y asumir la de un caído en la batalla, Angel Dubois, lo que también supone un exilio interior y la asunción de una nueva identidad.

Las niñas zombis constituye un retrato generacional sobre nuestro pasado más doloroso bajo el filtro de Instagram

Todo transcurre dentro de una caja sellada de metacrilato transparente. Somos observadores de lo que allí ocurre, pero de una manera lejana, nos perdemos algunos pormenores debido a la distancia física a la que están las actrices. Marcos Morau diseña la impresionante escenografía, un cubículo que es un minúsculo fragmento de la vida de estas tres chicas, una caja de la cual veremos la cabaña en el bosque y en la segunda mitad de la obra la parte trasera, el reverso de la realidad para transportarnos a los tiempos de Celso.

Y es en ese momento donde se despliega la parte más poética del montaje. Lo que sucede son las evocaciones de la historia familiar por parte de las tres chicas, una invocación al pasado del abuelo, todo entre una densa niebla que lo cubre todo, un telón de bruma que sepultó en el olvido la vida de Celso.

Las niñas zombis constituye un retrato generacional sobre nuestro pasado más doloroso bajo el filtro de Instagram. Sin caer en adoctrinamientos nos hace preguntarnos cuanto trauma tenemos, y cuanto tiempo hará falta para cerrar de una vez por todas las heridas de la primera generación, la generación de lo indecible.

Las niñas zombi, la generación de lo impensable