miércoles. 24.04.2024

Estamos ante una película de suspense bastante predecible filmada en un estilo plano más propio de la televisión que hace que visualmente sea bastante indistinguible del policiaco que se promediaba en la década de 1970. Se nota que las actuaciones estelares de estrellones hollywoodienses  como Richard Widmark y Henry Fonda son estrictamente por el dinero y Timothy Bottoms es peculiarmente educado como el tipo malo que le gusta hacer estallar carreras de feria. Todos ellos palidecen ante la sensacional actuación  de George Segal, quien en esa época parecía haberle cogido el gustillo al tema ruso (dos años antes había protagonizado La ruleta rusa, de Lou Lombardo). Aunque sus diálogos dejan mucho que desear él dota al personaje de ingenio y estilo, lo que le destaca como una persona creíble y complicada en medio de la banalidad del conjunto.

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La noche en el parque de atracciones transcurre tranquila cuando, de repente, estalla una bomba en una de las montañas rusas provocando la muerte de numerosos pasajeros. Todo apunta a un ataque terrorista y saben quién es el hombre indicado para investigarlo: Harry Calder (George Segal, '¿Quién teme a Virginia Woolf?', 'Un loco a domicilio'). Todo se complica cuando la policía recibe una cinta de vídeo en la que el culpable del ataque pide un millón de dólares o colocará cinco bombas más, de manera simultánea, en distintas montañas rusas. Y pone una exigencia, sólo el detective Calder podrá entregar el dinero.

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En plena moda del cine de catástrofes de los 70, surge esta propuesta que aunque se pueda catalogar dentro de ese subgénero lo cierto es que tiene más de thriller o cine de suspense que de otra cosa. Si bien el paso del tiempo ha puesto a la mayoría de esas películas en su sitio, hay algunas que no solo resisten bien sino que al compararlas con otras de su índole de épocas más recientes (aun con mayores y mejores efectos) salen ganando. El ejemplo más llamativo: "La aventura del Poseidón" y su remake de 2006. Por algo será.

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Y siempre queda ese poso entre amargo y melancólico de recordar aquellas sesiones setenteras donde uno iba descubriendo el cine a base de colosos en llamas que se derrumbaban, terremotos que dividían las calles en dos, enjambres de abejas que picaban y de qué manera, y como no, montañas rusas que saltaban por los aires por culpa de un psicópata desalmado. En este aspecto recuerdo haber entrado en el cine a ver Montaña Rus aun tanto amilanado por la previsión de emociones fuertes que vaticinaban los fotogramas que se podían ver en las marquesinas.

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Uno de los hándicaps del film sin duda es su duración, dos horas de metraje de los que sobran por lo menos veinte minutos. Las subtramas se antojan repetitivas y carentes de interés, aunque el que pueda aguantar la soporífera parte central del meollo tendrá como recompensa un final de esos adrenalíticos, un colofón que recuerda muy mucho a otra película editada recientemente por el sello distribuidor Resen. Nos referimos a La Fugitiva (Norman Foster, 1950), un film noir de lujo que también tenía su punto álgido en una montaña rusa.

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Para finalizar recordar que este film fue dirigido con solvencia por James Golding, conocido por títulos como Quinientas millas, Solo matan a su dueño (sí , aquella de los dobermans amaestrados que robaban bancos), o El día del film del mundo, mientras que la banda sonora fue compuesta por el mítico Lalo Schifrin, compositor entre otras de la no menos mítica melodía de la serie Misión Imposible.

 

Montaña Rusa, nuevo lanzamiento de Resen