CRÍTICA DE CINE

Cold War: Polvo Enamorado

El cineasta polaco Pawel Pawlikowski (Ida, Last Resort) dirige este filme en blanco y negro que protagonizan Tomasz Kot (Dioses) y Joanna Kulig (Las inocentes).

Drama | 88 min. |Polonia| 2018

Título: Cold War.
Título original: Zimna wojna.
Director: Pawel Pawlikowski.
Guión: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki.

Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc.

Estreno en España: 05/10/2018 
Productora: MK2 Productions / Apocalypso Pictures / Film4 / Opus Film / Protagonist / BFI Film Fund

Distribuidora: Caramel Films.

 

Sinopsis

Polonia, años 50. En un país marcado por las heridas sufridas en la II Guerra Mundial, las nuevas autoridades comunistas promocionarán la creación de un grupo de músicos que, a través del folklore local, intentará llevar algo de alegría a los camaradas polacos, y de paso transmitir mensajes de alabanza sobre el Camarada Stalin. Wiktor (Tomasz Kot) es un pianista que forma parte de este grupo coral. Será entonces cuando Wiktor se enamore de Zula (Joana Kulig) y juntos vivan un bello romance, que irá yendo y viniendo a lo largo de más de una década, entre Oriente y Occidente, donde suena el jazz y empieza a reinar el rock'n'roll. 

Crítica

En El amor en los tiempos del cólera, García Márquez nos cuenta la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza, eternos enamorados a pesar de las circunstancias que muchas veces se conjuran en contra de ese amor. El contexto caribeño en el que se desarrolla la historia le permite al autor un enfoque en el que las dificultades no empañan una celebración que se percibe en todo momento, y que vivifica la relación amorosa aún en sus momentos más difíciles.

En cierta manera, Cold War es la otra cara de la novela del colombiano. La misma idea germinal es la que sostiene la película, los avatares que enfrentan dos enamorados para llevar a cabo su pasión, y la persistencia de sus sentimientos más allá de las dificultades. Pero aquí el relato hace justicia a su título. La alegría de fondo es sustituida por la tristeza, y la exuberancia por la contención y hasta por la impasibilidad.

La guerra fría es antes que nada una delimitación temporal de la cual van dando cuenta los rótulos que indican los años en los que la acción tiene lugar.

El contexto histórico y geográfico es el que sienta las bases del cambio de perspectiva. La guerra fría es antes que nada una delimitación temporal de la cual van dando cuenta los rótulos que indican los años en los que la acción tiene lugar. De esta manera el relato se convierte también en la descripción de una época desde una perspectiva crítica que engarza muy bien con lo que los personajes van a vivir, y con el modo en que van a hacerlo.

La primera parte, la que transcurre en Polonia, es la mejor del filme. Con leves detalles se nos va describiendo la opresión y la falta de expectativas de los personajes y, por extensión, de toda la sociedad. Más allá del blanco y negro utilizado por el director, las propias vidas que allí aparecen reflejadas poseen ese mismo tono monocromático, al tiempo que se ven abocadas a una parálisis de la que resulta muy difícil escapar.

Las miradas entre bastidores, la observación siempre vigilante, el juicio constante al que se ven sometidas las cantantes, el tono contemplativo que adopta la película, el modo y el alcance de las salidas al exterior, sometidas siempre a la tutela de los gerifaltes, van configurando una cosmovisión perfectamente trazada y que no requiere de declaraciones grandilocuentes que la apuntalen.

Sin embargo, esas declaraciones se producen, lo que emborrona el buen trabajo cinematográfico realizado por otros medios. Lo vemos en la confesión de Zula sobre el interrogatorio acerca de las actividades de su amado, y lo vemos sobre todo en la secuencia que se desarrolla en Yugoslavia, cuyo único propósito parece ser incidir en la descripción de la represión estalinista, algo innecesario y redundante, además de mucho peor trazado.

Una y otra vez, incluso en directores que no tendrían necesidad de ello, dado que se dirigen a un público en teoría diferente y muy específico, tenemos que presenciar variadas explicaciones adicionales que consolidan ideas o mensajes que no necesitan ser remarcados. Cada vez menos se confía en la posición activa del espectador, confinándolo a un papel, seguramente acentuado por la inmersión total en las pantallas en la que ahora se vive, de mero receptor acrítico.

La segunda mitad de la película es coherente con la primera, pero añade muy poco a lo expuesto anteriormente. No sólo parece que lo que había que decir ya se ha dicho, sino que la historia se retuerce para completar un periplo que adolece de la credibilidad hasta ese momento mostrada.

El ejemplo quizá más palmario lo ofrece la música. La letra de las canciones que el protagonista recopila y las que luego interpreta el coro poseen un efecto narrativo muy bien ensamblado. En ese mundo opresivo que se nos presenta, las canciones ejercen de válvula de escape hacia una realidad diferente. Los mutilados viajes que el grupo musical realiza encuentran su libre expresión en la imaginación que las canciones incitan, escasa pero insustituible para quienes las utilizan como último recurso.

En París la música es otra. Se trata del jazz, la libertad musical por excelencia. Con ello se está marcando la distancia entre esos dos mundos, aunque la coherencia que se consigue es más que dudosa.

Amén de los tópicos utilizados para describir la capital francesa (los clubes de jazz, los apartamentos abuhardillados… Tópicos que en realidad han sido construidos en gran parte por el propio imaginario cinematográfico, y que aquí, una vez más, se demuestran como una ficción autocumplida), la mirada trata de enlazar con la primera parte de la película, trazando así una continuidad entre ambas antes que una ruptura. No nos encontramos por lo tanto con un París bullicioso y desordenado, sino más bien con una prolongación de la tristeza que los personajes arrastran consigo, y que se ve reforzada por la decisión de que la ciudad se presente sólo en planos nocturnos, ahondando en la oscuridad de esa guerra fría que todo lo impregna.

La música pasa a ser entonces un mero hilo conductor, a veces forzado, a veces incluso causando la impresión de ser un relleno para completar una historia que por sí misma resulta un tanto errática. Cuando son los personajes quienes han de tomar las riendas del relato éste se va poco a poco descomponiendo.

Es verdad que el reto era complicado. Por una parte se nos está contando la historia de una pasión amorosa que trasciende todas las dificultades que se le presentan y al propio tiempo, la principal de ellas. Por otra parte esa pasión ha de aparecer siempre atenuada, aplastada por el medio en el que se desarrolla, insinuándose pero sin llegar a manifestarse nunca. La guerra fría hace referencia también a la gelidez de los participantes en ella, una gelidez volcánica, nos atreveríamos a decir, y ahí está el problema.

La actriz que encarna a Zula logra su propósito con encomiable solvencia. Su físico sin duda le ayuda, pero además imprime a sus gestos un carácter que permite las segundas lecturas, que nos deja adivinar el calor que esconde y la opresión que cercena sus sentimientos.

No ocurre lo mismo, ni mucho menos, con el personaje masculino. El arrebato de Zula (magnífica la escena en la que descubre a su amado de nuevo libre) es aquí una languidez que no consigue levantar el vuelo. Es cierto, ya lo hemos dicho, que la combinación de ambos factores es compleja, y en este caso el director parece haber optado por remarcar la contención para así, además, contrastar con el personaje femenino. Sin embargo, a fuerza de desactivar las pasiones, lo que ha conseguido es un personaje plano que deambula sin ton ni son, cuyo sufrimiento es impostado y cuyas gestas heroicas resultan más increíbles que otra cosa, dado el carácter que se le ha ido construyendo.

Cuando declara a su amante parisina que viene de estar con la mujer de su vida se esperaba algo más de emoción. No la nula reacción de quien lo escucha.

En estas idas y venidas el guion ofrece momentos de acusada debilidad. Lo del marido siciliano parece una broma, y la facilidad para transitar en tiempos tan rígidos por los distintos países no puede menos que sorprender. No obstante la película contiene algunas ráfagas de brillantez. Entre ellas el maravilloso plano con el que concluye, cuando el director sostiene la imagen unos instantes para mostrar el vacío que los protagonistas dejan, señalando así su inminente muerte, la cual, paradójicamente, o no tanto, es la única consumación posible y plena de su amor.    Marcial Moreno       Revista Encadenados