CRÍTICA DE CINE

Experimenter: La historia de Stanley Milgram: Obediencia ciega

Aunque el título pueda llevar a algún tipo de engaño no estamos ante lo que se suele llamar un biopic al uso, ya que la forma de focalizar su recorrido biográfico y laboral es tan atípico que va a sorprender a más de uno.

Drama | 102 min | USA 2015

Título: Experimenter: La historia de Stanley Milgram. 
Título original: Experimenter.
Director: Michael Almereyda.
Guión: Michael Almereyda.
Actores: Peter Sarsgaard, Winona Ryder, Anton Yelchin, Lori Singer.
Estreno en España: 26/08/2016 
Productora: BB Film Productions / FJ Productions 

Distribuidora: La Aventura Audiovisual.

 

Sinopsis

En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos sobre la obediencia en la Universidad de Yale. La investigación, planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann (el criminal de guerra nazi que alegó obediencia debida en su defensa durante su juicio en Israel), pretendía dilucidar la relación de las personas con la autoridad. La violencia del experimento hizo que Milgram fuera tildado de sádico y de monstruo. 

Crítica

Aunque el título pueda llevar a algún tipo de engaño no estamos ante lo que se suele llamar un biopic al uso. Sí, se nos va a hablar de la figura del psicólogo norteamericano que, entre otros experimentos destacables, propuso la teoría de los seis grados de separación (ya tratada en el cine en la excelente película de mismo título dirigida en 1993 por Fred Schepisi y que supuso uno de los primeros papeles protagónicos de la megaestrella Will Smith), pero la forma de focalizar su recorrido biográfico y laboral es tan atípico que va a sorprender a más de uno.

La acción arranca en un grisáceo cuarto donde se lleva a cabo un experimento sobre la obediencia a la autoridad cuanto menos bastante curioso: se trata de que dos hombres se reparten el rol de maestro y alumno. El segundo debe aprender una serie de palabras secuenciales mientras que el primero castiga cada error de su pareja con una suerte de dolorosas descargas eléctricas. El meollo del asunto estriba en cuanto puede aguantar la persona que está aplicando el correctivo ante la progresiva tortura que suponen los continuos errores cometidos  por el otro individuo. 

La acción arranca en un grisáceo cuarto donde se lleva a cabo un experimento sobre la obediencia a la autoridad. 

Todo ello lleva a una serie de conclusiones sobre el comportamiento humano que van siendo anotadas con la minuciosidad de un relojero por Milgram, un hombre entregado en cuerpo y alma a intentar encontrar una explicación al Holocausto y al mismo tiempo poner a prueba las respuestas de las personas con respecto al poder. Esta no será la única investigación puesta en práctica a la que asistiremos a lo largo de la hora y tres cuartos de metraje: por poner otro ejemplo también veremos como el hecho de que alguien en la calle se ponga a mirar hacia arriba sin punto fijo ayudado por otras personas compinchadas conseguirán  como en pocos minutos el número de curiosos mirando hacia ese mismo lugar imaginario se multiplique de manera exponencial.  

La verdadera gracia de esta colorista función radica en el duelo interpretativo entre Spacey y Shannon.

Los experimentos comenzaron en julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Milgram ideó estos experimentos para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices?.  

El encargado deponerse en la piel de este psicólogo que impartió sus teorías en la Universidad de Yale es Peter Sarsgaard, un actor del que todavía podemos disfrutar en cartelera de uno de sus últimos trabajos, El caso Fischer, y a quien pronto veremos con pistola y cartuchera en el remake que se estrenará a finales de septiembre del mítico western Los Siete Magníficos.  

Sarsgaard compone uno de sus personajes más particulares caracterizado por una constante verborrea científica que en algún momento se pueden llegar a equiparar con aquellas explicaciones médicas de las que no entendías de la misa la mitad que hicieron tan populares al personaje principal de la mítica serie de televisión House. Utilizando (de manera un tanto abusiva) el recurso de la cuarta pared para interactuar con el público espectador, se nos van contando las distintas hazañas que le llevaron a convertirse en un polémico erudito. Le acompañan en el reparto la recuperada para la escena Winona Ryder y Anton Yelchin, en el que supuso uno de sus últimos roles en cine antes de su fatídico accidente que le costó la vida. 

El director de tan singular propuesta sazonada de pequeñas huidas hacia el realismo mágico (desde la descacharrante El Guateque de Blake Edwards no se había visto en el cine a un elefante apareciendo por los pasillos de un edificio como si tal cosa) es el norteamericano Michael Almereyda, un veterano cineasta de carrera irregular que alcanzó cierto reconocimiento con trabajos como Nadja (1994) o Hamlet, una historia eterna (2000), y que aquí llega a sorprender por la sobriedad de la puesta en escena y la cuidada ambientación setentera que acompaña a una historia quizás demasiado críptica para el público en general pero que no por ello deja de tener un inusitado interés como paradigma de cine decididamente a contracorriente.