CRÍTICA DE CINE

Oro Blanco: La Revolucionaria

La cinta está dirigida por Grímur Hákonarson (Little Moscow) y protagonizada por Arndís Hrönn Egilsdóttir y Sveinn Ólafur Gunnarsson.

Oro blanco

The County (Héraðið)
Año
Duración
90 min.
País
 Islandia
Dirección
Guion
Grímur Hákonarson
Fotografía
Mart Taniel
Reparto
Productora
Coproducción Islandia-Dinamarca-Francia-Alemania; Netop Films, Haut et Court, ONE TWO Films, Profile Pictures
Género
Drama | Vida rural
Sinopsis
Inga, una agricultora de mediana edad, se rebela contra la poderosa cooperativa local. Intenta sumar apoyos entre los demás agricultores del lugar para denunciar la corrupción de la cooperativa, pero se encuentra con una sólida resistencia que le obliga a desafiar la relación de dependencia y lealtad que vincula a la comunidad con el monopolio. Inga tendrá que utilizar todos sus recursos y toda su astucia para desembarazarse del control de la cooperativa y conseguir vivir de acuerdo con sus principios.
 
CRÍTICA

Ocurre que llevamos una vida más o menos ordenada, con nuestros problemas y sinsabores, y  hasta que no nos vemos abocados a una situación extrema no sabemos como podemos llegar a reaccionar. Y si encima hay cuestiones monetarias de por medio y de ello depende nuestra subsistencia seguro que el grado de enfrentamiento con quienes nosponen en un brete puede alcanzar cotas de reacción impropias para los más cautos y pausados. Esto mismo es el motor que encienden las acciones extremas que emprende nuestra protagonista, una granjera recién enviudada que se ve obligada a perder la paciencia y actuar de y con muy mala leche para frenar las acometidas de unos mandamases sin escrúpulos que quieren acabar con todo lo que tanto le ha costado conseguir con el sudor de sus manos.  

La heroína de esta edificante narración de superación personal y colectiva (una estupenda Arndís Hrönn Egilsdóttir, aquien pdemos ver actualmente en la serie de TV The Valhalla Murders) se enfrenta al monopolio reinante de la Cooperativa de un pequeño pueblo rural islandés que compra su leche y le exige que pague las deudas de su esposo recién fallecido que están a punto de llevarles al desahucio y a la bancarrota.  Ante la amenaza de la pérdida de su hogar si abandona la senda marcada por quienes se aprovechan de sus laboriosas tareas campestres, Inga se toma el asunto como algo personal y no duda en subirse a las barbas islandesas de quienes controlan el cotarro local, con la intención de romper el fatídico sistema de ayudas envenenadas con las que se benefician unos e intentar la unión de quienes ven como deben hacer lo indecible para llegar a final de mes en positivo.

Grímur Hákonarson’s, quien consiguiera con su anterior y muy celebrada Rams (El Valle de los Carneros) alzarse ni más ni menos que con el premio a la mejor película en la sección Un Cerain Regard del Festival de Cannes y la Espiga de Oro en la Seminci del 2015, dirige un nuevo episodio agrícola (él mismo se crió en este ámbito y sus padres tenían una granja) que se traduce en una conmovedora historia que combina sabiamente la comedia y el drama, presentándonos a una mujer moderna, viuda afligida y activista desafiante,  de pensamiento vertiginoso, obligada a convertirse en una figura más grande que la vida para defender (a su comunidad) y defenderse se de sus insospechados enemigos.

Tampoco es que se quiera hacer sangre de los malos de la película, y aunque la balanza se decante claramente, en cuanto a simpatía se refiere, por la heroína de la función, se llega a comprender por qué la Cooperativa le está presionando. A fin de cuentas ellos también sufren presión por parte de los holdings de Reykjavic, ofertando precios más atractivos para tentar a los lugareños que compren sus productos. Incluso Amazon constituye una amenaza que incide directamente en la brecha generacional que aquí se hace patente.

En cierto modo la forma de enfrentarse al poder establecido por parte de Inga puede recordarnos a la Frances Mc Dormand de Tres anuncios en las afueras, sobre todo en cuanto a lo corajudo y la tozudez de quien se revuelve ante la injusticia y las presiones que llega a sufrir. El tema es lo suficientemente universal para que nos retrotraiga a mil y una historias semejantes vistas en pantalla: verbigracia esos westerns clásicos de ganaderos amenazados por avaros terratenientes que tenían que acudir a la pistola más rápida del lugar para que les sacara del atolladero.  Aquí las cosas son más pausadas. No hay violencia extrema pero los cambios se van cociendo a fuego lento, en un entorno paisajístico privilegiado, con unas vistas impresionantes de las gélidas tierras nórdicas a las que nos hemos ido acostumbrando a golpe de noir televisivo o incluso por la seminal Fargo de los hermanos Coen.

Todo expresado de manera inteligentemente ambigua en la afanosa búsqueda de que el espectador reflexione sobre quienes tienen razón en la singular contienda: unos pensarán que David puede llegar a vencer a Goliat, y se alinearán al momento con la irreverencia de quien no quiere comulgar con ruedas de molino; mientras que otros verán en la actitud separatista de la protagonista un punto de narcisismo en su negativa a respetar un acuerdo que, a fin de cuenta, es comunal.