miércoles. 09.10.2024
Envidia. Así, sin más. Cochina envidia. Eso es lo que siente uno la primera vez que lee este libro.

Y emoción, una profunda emoción, cuando lo relee nuevamente. Ya sin ansiedad. Sólo por placer.

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Vicente Molina Foix conoció a Kubrick en persona. No sólo eso. Trabajó para él durante 20 años. Aunque muchos no lo saben.

Por recomendación de Carlos Saura —que había hecho el doblaje de Barry Lyndon—, en 1978 un joven Molina Foix fue llamado por la «bestia» para que se ocupara de las traducciones de los textos de un film. Era el reestreno doblado de La naranja mecánica en España.

Y la colaboración se mantuvo durante el resto de sus estrenos y también algún estreno tardío, como Senderos de gloria.

Molina Foix trabajó con Kubrick. Estuvo en su casa. Con Jan Harlan, Christiane Kubrick y el resto de la familia… amén de los gatos y perros que inundaban las dos últimas viviendas de Kubrick en Inglaterra. Primero en Abbots Mead, después en Childwick Bury.

El territorio del director más inaccesible. Más difícil de fotografiar. Y Molina Foix allí, en su cocina, viendo en exclusiva por primera vez un mortal —al margen de la familia de Stanley— el primer montaje de El resplandor.

Ese montaje que luego Kubrick cambiaría, cortando 25 minutos de la versión americana inicial para su estreno en el resto del mundo. Ese montaje del que algunos han visto ese innecesario epílogo que el director cortó personalmente en cada copia tras el estreno limitado en un par de ciudades. Otra de las leyendas sobre Kubrick. Sí, también se equivocaba.

Fue complicada la traducción y el doblaje de La naranja mecánica —estrenada doblada a finales de los 70 en España, tras la desaparición de la censura, antes sólo una versión original subtitulada que se hizo eterna en los cines españoles de arte y ensayo—.

Pero también fue una tarea ardua traducir La chaqueta metálica, Eyes Wide Shut y, sorpresa, Senderos de gloria, un título que no se estrenó oficialmente en España hasta mediados de los 80.

De todos esos doblajes —mejor dicho, del texto para doblar— se ocupó Molina Foix. Y no fue tarea fácil. De dirigir los doblajes se ocuparon Carlos Saura y Mario Camus. Las voces las elegía personalmente Kubrick para cada protagonista. Y huía del doblador oficial. Quería actores con voces marcadas. Doblajes mimados. Lo nunca visto, perdón: lo nunca oído.

De su primer trabajo conjunto, La naranja mecánica, recuerda la dificultad de adaptar el nadsat, lenguaje creado por Anthony Burgess en la novela original, mezclando ruso e inglés. No se trata de traducir literalmente. Y menos cuando las palabras son inventadas. Se trata de buscar la sonoridad, el ritmo, el juego con el lenguaje.

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Por eso Kubrick no quería un traductor sin más. Mejor un escritor. Alguien capaz de valorar cada una de las palabras. Y eso, aunque el autor duda en algún momento, lo hizo bien. Tanto que Stanley, el exigente Kubrick, el megalómano director, no dudó en seguir contando con su trabajo hasta el fin de sus días.

Aunque esa tarea a veces fuera agotadora. Homérica, quizá sea el adjetivo que mejor le cuadra.

Porque no es fácil acertar cuando uno quiere un doblaje alejado de la norma. Opuesto al rutinario doblaje en cada país. Por eso las películas de Kubrick llaman la atención sobre su doblaje. Y generan quejas: no suenan igual que el resto. Lo mismo que su fotografía, su montaje, su temática… Kubrick era único en cada aspecto. Para bien y para mal.

Exacto. Hablamos de Kubrick. Un auténtico genio renacentista en el siglo XX. Un hombre que cuidaba cada detalle. Si había que repetir una toma 80 veces, se repetía. Había que tomarse el tiempo preciso para hacer bien el trabajo. La toma perfecta.

«Take your time!». Tómate tu tiempo. La frase que más veces repitió Kubrick a Molina Foix. No se trata de tenerlo ya. Ni siquiera es importante hacerlo bien. Ha de ser la mejor elección posible. Cada palabra ha de ser la más adecuada para transcribir cada guion de Kubrick.

Y no es tarea fácil en un film como La chaqueta metálica, donde los tacos, insultos y exabruptos ocupan la mitad de las páginas. ¿Cómo transcribir ese vocabulario sin caer en la rutina? Tiempo. Hace falta tiempo e imaginación. Y de ello dispuso Molina Foix para trabajar.

Por eso duele más comprobar cómo, tras la muerte de Kubrick en 1999, parte del trabajo se ha perdido. Alucinado —e indignado, podríamos añadir— Molina Foix ha descubierto que algunas nuevas ediciones en DVD o BluRay han alterado su doblaje. Incluso la versión original subtitulada.

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Es el peaje que han pagado su esposa —Christiane Kubrick— y su hermano —Jan Harlan— para las reediciones continuadas de las obras del maestro. Aquel, mientras vivió, controlaba todo. Famosa es su exigencia de pintar las paredes de un cine para poder estrenar La naranja mecánica: eran demasiado claras y perjudicaban la calidad de la proyección. O la exigencia del formato preciso en cada proyección, con cartas personalizadas y firmadas dirigidas a los proyeccionistas de cada cine donde se estrenaba Barry Lyndon. Inimaginable hoy en día, con proyecciones masivas en mini salas con formato adulterado.

Hoy, con Stanley enterrado bajo un árbol en su jardín, eso ya no se controla tanto.

Meticuloso. Exigente. Incansable. Tenía fama de acabar con la paciencia de todos. Y es posible que así fuera. Pero todos le echan de menos. Sus colaboradores añoran cada rodaje, por más que fuera un infierno cuando trabajaban para él.

Por eso Vicente Molina Foix se decidió, por fin, a publicar en 2019 estas pequeñas «memorias» de su trabajo con Stanley Kubrick. Lo ha editado Anagrama en su colección Nuevos Cuadernos Anagrama. En una edición de bolsillo. Austera. Sin fotos ni virguerías en la portada.

Es un libro que no se vende por su portada. Sino por su contenido.

Se devora con fruición. Descubre zonas oscuras de la cueva. Del territorio de esa bestia que era el director de 2001: una odisea del espacio. Y lo hace sin prisa, sin cuchicheos, sin afán de revancha. Algo que no todos los que trabajaron con Kubrick han sabido hacer. Algún día escribiremos de esa venganza de Frederic Raphael, el guionista de Eyes Wide Shut, al escribir Aquí Kubrick.

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Pero hoy, recomendamos la lectura de este pequeño ensayo. Ofrece un punto de vista distinto sobre la obra de un gigante del cine. Como los criterios para elegir el título de su último film, que no se tradujo en ningún país, salvo en Québec: en todas partes fue el casi impronunciable Eyes Wide Shut.

No es un libro de análisis de películas. Aunque hay análisis. Es un recorrido por Kubrick y su entorno, su trabajo, su familia, su mundo. Y se lee casi, casi, sin pestañear.

Descubre elementos poco conocidos hasta ahora.

Y lo ha escrito un escritor. Sí, es una redundancia. Pero hay tanto libro escrito por «expertos» y tanta basura publicada por «plumillas» que se agradece un libro bien escrito. Sin paja en el texto. Y sin pajas mentales en el contenido.

Es tan agradable su lectura que repetirás. Aunque sean fragmentos escogidos, subrayados.

Yo acabo de empezar Kubrick en casa por tercera vez. Revista Encadenados.

Escribe Mr. Kaplan | Kubrick en casa | Vicente Molina Foix | Editorial Anagrama, 2019 | ISBN: 978-84-339-1629-7


Kubrick en casa (de Vicente Molina Foix). El territorio de la bestia