CRÍTICA DE TEATRO

María Luisa, de Juan Mayorga: “Desdichado aquel que no sea objeto de la imaginación de alguien”

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Autoría y dirección: Juan Mayorga

Reparto: Lola Casamayor, Juan Codina, Paco Ochoa, Juan Paños, Marisol Rolandi y Juan Vinuesa.

Teatro de La Abadía

Del 20 de abril al 21 de mayo

De martes a sábado: 19:00 h

CRÍTICA

Juan Mayorga estrenó el pasado jueves en el Teatro de La Abadía su nueva obra desde que asumiera la gestión de esta misma sala. El último premio Princesa de Asturias de las Letras se encarga, de nuevo, de la dirección de un texto propio –como ya hiciera con las celebradas La lengua en pedazos (2013) o Reikiavik (2015)– para presentarnos a uno de los personajes más entrañables de su producción: María Luisa, que da título a este último texto.

Ella, María Luisa (Lola Casamayor), se encuentra en ese momento de la existencia que, de manera eufemística, hemos dado en llamar “tercera edad” y que, lejos de resignarse a llevar la vida rutinaria que se esperaría de ella –de merienda semanal con su íntima amiga Angelines (Marisol Rolandi) y compras en los comercios del barrio– desea salir a bailar, amar, desear y ser amada.

La imaginación incandescente de María Luisa construirá las condiciones óptimas para conseguirlo. Este viaje teatral que confunde realidad y ficción partirá, como en otros textos de Mayorga, de una anécdota, en apariencia, intrascendente: la sugerencia de Raúl (Paco Ochoa), el servicial portero del edificio, para que nuestra protagonista añada en su buzón algún nombre falso que ahuyente a posibles cacos en busca de ancianas solitarias a las que desvalijar. Esta petición dará lugar a la llegada de tres personajes con nombres parlantes a la vida de esta mujer: Emmerson Azzopardi (Juan Paños), Benito Beckenbauer (Juan Codina) y, más tarde, de Juan Olmedo (Juan Vinuesa). María Luisa habrá de elegir a uno de ellos como compañero vital entre escapadas nocturnas, dudas, encuentros y desencuentros.

En una lectura reflexiva marca de la casa, cada uno de estos tres personajes representa una personalidad o, si queremos, un modelo de masculinidad: la sensibilidad del poeta (Azzopardi), el hombre de acción (Beckenbauer) y el hombre pragmático y prosaico (Olmedo). A través de este simbolismo, el texto pone en valor la importancia de la imaginación para dar sentido a nuestra vida y de la poesía como vehículo del amor y el deseo. Sin embargo, lejos de todo engolamiento, los diálogos entre María Luisa y sus pretendientes provocan la sonrisa y la complicidad del público, especialmente gracias a la hilarante melancolía de Paños y el contraste con el audaz Codina y el intrigante Vinuesa.

Sin duda, la construcción de personajes y las inspiradas interpretaciones de los actores –especialmente de Casamayor; por momentos caprichosa, en otra ocasiones tierna o seductora pero siempre derrochando una vitalidad y energía capaces de enternecer al patio de butacas– son lo más destacado de la puesta en escena que, en términos generales, está lastrada por serios problemas de ritmo.

Asimismo, la construcción de espacios creada con la gestualidad resulta, en muchas ocasiones, errática y entra en contradicción la escenografía planteada por Alessio Meloni. A pesar de las limitaciones de la dirección de escena, brillan algunos aspectos técnicos del montaje como la estupenda iluminación de Juan Gómez Cornejo que ayuda a configurar el aire onírico que requieren algunas de las escenas finales, las más memorables de María Luisa.

Aunque este espectáculo no será recordado como uno de los mejores de su autor y quizá tampoco como uno de los más señeros de la temporada, ha de destacarse el gran acierto de su premisa, que reside precisamente en dar voz a todas las marialuisas que nos rodean: nuestras madres, tías, abuelas, vecinas… Mujeres que aman, que desean, que se atreven y que, por encima de cualquier mirada condescendiente, siguen estando –gracias en muchas ocasiones a su infinita imaginación– más vivas que nunca.

Ojalá bailen toda la noche.