SHREK: Porque no puedes ser un ogro

Pasaron muchos años hasta hoy en los que quise regresar a mi mente esa hoja perdida, una reliquia subliminal con un trasfondo único.

ARTÍCULO DE OPINIÓN FIRMADO POR MIGUEL ROBLES

Desde que era un pequeñajo (o un pequeño monstruo), he tenido una conexión enrarecida con esta cinta, que con el paso de los años se iba transformando, con la progresiva y respectiva madurez cinéfila, en una estima como lo que es: LA referencia normativa a la hora de hablar de lo que se conoce erróneamente como "cine de animación". En un ambiente educativo rígido, mi yo niño veía con ojos de extrañeza y repulsión, oídos con inocente fascinación al ritmo de la mítica canción "All Star", como un ogro salía de su baño intempérico y se limpiaba las nalgas con descarado carácter antihigiénico con un papel arrancado de las páginas de un cuento. Pasaron muchos años hasta hoy en los que quise regresar a mi mente esa hoja perdida, una reliquia subliminal con un trasfondo único.

Porque más allá de ser la película que catapultó a la franquicia del eterno solapamiento frente a Disney y convertirse en caldo de cultivo actual de los memes del Whatsapp, hay algo más. Y aunque la gente adulta, en su tiempo y en el momento presente, que vió y disfruta excepcionalmente de un film clasificado "para niños", haya logrado igualmente percibir con suficiente claridad una sátira inmiscuida sobre los estereotipos y la apariencia, no entiende que "Shrek" habla realmente de algo peor. De quienes nos crean.

Rescato un término "subliminal" de las anteriores líneas, la cual no como una simple acotación, sirve para titular una de las tantas magistrales metáforas sobre la sociedad, su ubicuo designio de delimitar los roles sociales y las interrelaciones. Las personas, continuos espectadores extrospectivos, cumplen de manera casi estadística, yo no quiero decir a voluntad, con lo que llevan observando en la ficción toda su vida y los personajes que aparecen en ella. La concepción binómica de lo que es héroe y deja de ser un villano (o viceversa), es una mecánica forma de control y estandarización conductual de lo que debemos ser, que alinea a seguir el ritmo marcado en virtud de no enfrentar una penalización del resto. No hablamos de la ética, sino del estigma físico o del ordenamiento indumentario

Desde la literatura clásica, entendemos la figura del héroe con una fisonomía perfecta, como impecable e incorrompible es su sentido de la justicia y el sacrifico hacia los demás. En su némesis, encontramos a la maldad como medio y a la maldad como fin, al físico demacrado, cuyo objetivo es ir simplemente contra el objetivo del héroe, porque así se marcó. Si ahora recordamos ese entendido lazo entre realidad y ficción, en la que mutuamente son reflejos una de la otra, nos damos cuenta que eso no corresponde a la realidad. ¿Entonces por qué se creó algo de lo que no podemos llegar a ser? Seguro que la pregunta te contendrá un tono burlón pero lo digo, siendo tan espectador como tú del cine de acción con luchas sin sangre y superhéroes con capa, con toda la intención.

Es cierto que paulatinamente la pluralidad de roles se ha diversificado, dando esa curiosa sensación que el mundo se ha percatado de su propia imperfección. La imperfección que mola, esa escala de grises, que discierne en ese aura de curiosidad e indeterminación. Porque en estos tiempos nos gusta disfrazarnos de antihéroes: igualmente atractivos, tan carismáticos como sus primos del Reino Muy Muy Lejano, pero regodeados en la violencia para remarcar con chulería y sin complejos sus defectos. Por ello, aunque más exacta a lo que somos, no deja de ser una nueva apariencia. En el fondo disfrutamos ser ogros, bañarnos figuradamente en charcos de lodo, no refinarnos en buenos modales y habitar en nuestras ciénagas. ¿Por qué no podemos ser ogros?, en realidad, ¿por qué no nos dejan?

Fácil. No habría motivos de existencia para hadas madrinas, ni pociones transformadoras que vender Nos dan motivos inconscientes de que tenemos ser lo que ellos consideran: una princesa que tiene ser salvada de un príncipe encantador, particularmente rubio, blanco y esbelto. El arte de lo subliminal, maniqueado por una industria explotadora y engañosa cuyas miras van dirigidas al modelaje en alfombras rojas. Y ahí el ciclo comienza; se crean necesidades de las que nacen preocupaciones y comienzan sus beneficios. Te persuaden que puedes entrar a tal selecto club que pasará a los anales de las páginas. "Sé nuestra princesa", como si de un cuento se tratase.