CRÍTICA DE CINE

Los Renglones Torcidos De Dios: Juego sin retorno

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Los renglones torcidos de Dios

Cartelera España 7 de octubre  

Título original

Los renglones torcidos de Dios
Año
Duración
154 min.
País
 España
Dirección

Oriol Paulo

Guion

Oriol Paulo, Guillem Clua, Lara Sendim. Novela: Torcuato Luca de Tena

Música

Fernando Velázquez

Fotografía

Bernat Bosch

Reparto

Bárbara LennieEduard FernándezLoreto MauleónPablo DerquiJavier BeltránSamuel SolerFederico AguadoLluís SolerAdelfa CalvoDafnis BalduzFrancisco Javier PastorTxell AixendriAntonio BuilBlanca Rosa RoviraSergi SáezMathilde Eloy

Productora

Nostromo Pictures, Atresmedia Cine, Filmayer Producción

Género
IntrigaThrillerDrama
Sinopsis
Alice, investigadora privada, ingresa en un hospital psiquiátrico simulando una paranoia. Su objetivo es recabar pruebas del caso en el que trabaja: la muerte de un interno en circunstancias poco claras. Sin embargo, la realidad a la que se enfrentará en su encierro superará sus expectativas y pondrá en duda su propia cordura. Un mundo desconocido y apasionante se mostrará ante sus ojos. Adaptación de la novela homónima de Torcuato Luca de Tena.
 
CRÍTICA

El intento de llevar adelante la adaptación de Los renglones torcidos de Dios, la novela escrita por Torcuato Luca de Tena en 1979, no es nuevo y nombres como los de Paco Plaza o Álex de la Iglesia llegaron a estar sobre la mesa para abordar este proyecto. Finalmente, el elegido para traspasar el original literario al cine ha sido Oriol Paulo, guionista y director especializado en el thriller, y que vuelve a introducirse en el terreno de las adaptaciones literarias tras la dirección de la serie El inocente, basada en la novela de Harlan Coben.

En 1983, el director mexicano Tulio Demicheli dirigió una adaptación de Los renglones torcidos de Dios que, curiosamente, contó con la participación en el guion del propio escritor, que puso el foco en el drama romántico dando lugar a un filme poco estimulante y al que el paso de los años no le ha sentado especialmente bien.

Con el compromiso de poder tener libertad para escribir la película y contando con la participación de Bárbara Lennie para encarnar el personaje de Alice Gould, Oriol Paulo se lleva a su terreno el original literario marcándose el objetivo de actualizar la trama desde una perspectiva contemporánea. La ficción sigue anclada a finales de los setenta pero se introducen elementos que permiten conectar la historia con nuestro tiempo, sin perder la esencia de la novela original.

Bajo esta premisa, la película acentúa la confrontación entre el personaje protagonista de Alice Gould (Bárbara Lennie) y el director de la institución mental, el doctor Alvar (Eduard Fernández), introduciendo además un juego temporal que permite contar con la presencia del director a lo largo de todo el metraje. De esta forma se realza a su vez el papel de Alice Gould como una mujer capaz de enfrentarse a toda una institución.

Si el personaje de Alice es central en la novela, en la pantalla se acrecienta la presencia para mostrar una figura femenina empoderada que tiene que luchar prácticamente sola contra todos, en una época donde la independencia de la mujer no era fácil. Una mujer burguesa, formada y que remite a modelos clásicos cinematográficos.

Las escenas de la fiesta, el pelo rubio, la música nostálgica y las gafas negras de la protagonista —un recuerdo de la imagen de Stéphane Audran y cine de Chabrol— nos trasladan a un mundo que contrasta con la realidad del sanatorio en donde se cercena y limita ese empoderamiento femenino a través de la humillación del registro inicial, la imposibilidad de leer o la propia vestimenta estándar de los enfermos.

Junto a este elemento destaca también como nexo con la visión actual la normalización de la salud mental escenificada en esa línea tan fina que separa la locura de la cordura y las diferencias que se muestran entre la vieja psiquiatría y las nuevas tendencias, pues aunque la película no entra en aspectos sociales o políticos sí deja algunas pistas sobre los cambios que se dan en esa época, como la sustitución del retrato del dictador por el retrato del rey Juan Carlos I.

Y el último recurso formal para hacer propia la película es asumir una estructura de thriller, un género en el que el director de El cuerpo se siente cómodo. A lo largo de toda su trayectoria uno de los temas que se repiten en su filmografía es el juego con el espectador, la búsqueda de la verdad y la introducción de numerosos giros que sorprenden y mantienen la atención del espectador.

Ya desde el amenazador plano general inicial de la residencia se resalta el aislamiento al que va a ser sometida Alice —con claras referencias a El resplandor—. El edificio, sus habitaciones, sus salas y pasillos, transforman el universo de la protagonista en una pesadilla. Este descenso a los infiernos, acompañado de los múltiples giros a los que el guion somete al espectador, nos sitúa en el resbaladizo territorio de la verdad y la mentira, una incertidumbre que recorre todo el filme.

Esta elección del thriller, situando el acento en un mundo de pesadilla que raya lo onírico, se apoya en una recreación ambiental y en una detallada figuración en la que se intenta que cada personaje aporte su peso para configurar ese microcosmos claustrofóbico en el que se sumerge Alicia.

Para mantener el ritmo en un filme que termina yéndose a las dos horas y media se suceden los golpes de efecto y los giros dramáticos, con el objetivo puesto en conseguir que la tensión sujete un relato que se aferra al choque de egos de sus dos protagonistas y en el que destaca la lucha de una mujer que siempre aparece juzgada frente al poder establecido —el director, la institución— y que necesita de un laberíntico recorrido para sobrevivir. La película juega con la ventaja de contar con el trabajo interpretativo de Bárbara Lennie y Eduard Fernández que aportan solidez y textura a sus personajes.

Pero esta necesidad de sostener la cadencia narrativa termina afectando al resultado final debido a la decisión de fiar todo su sentido a una estructura repetitiva y que hubiera necesitado de un mejor ajuste en la fase de montaje.

La película actualiza una novela que ya nació antigua y que alguna generación recuerda porque formaba parte de las lecturas del bachillerato; es meritorio el esfuerzo de reforzar el personaje de Alice como un adalid femenino que arremete contra el armazón conservador en un momento en que la sociedad se asoma al cambio; pero finalmente este hecho no es suficiente para sostener la propuesta fílmica a lo largo de todo un filme que se centra excesivamente en el mecanismo formal para favorecer el juego con el espectador.

Escribe Luis Tormo Revista Encadenados