viernes. 19.04.2024
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Jusqu’ici, tout va llegó pisando fuerte al Rizoma 2022, Festival Internacional de Cine y Cultura Entrelazada, llevándose merecidamente el premio de la Sección Oficial de la décima edición. La película protagonizada por Lola Marceli y Francesc Cuéllar, quien también debuta como director con la cinta, se vale de un solo escenario y dos personajes para generar un interesante debate sobre la honestidad en la industria cinematográfica, los límites morales, los síes y los noes. Sin duda, un filme necesario en la era post- #metoo, que pone las cartas sobre la mesa y que pertenecerá al catálogo de Filmin a partir del próximo 20 de enero.

Durante la presentación de la película en el Festival Rizoma 2022 en Madrid, pudimos entrevistar a la actriz que protagoniza esta historia, Lola Marceli. Originaria de Málaga y nacida en Alicante, Lola supo desde temprana edad que lo suyo era vivir otras vidas delante de una cámara o sobre un escenario.

Tras pasar por las aulas de la escuela de Cristina Rota, la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga y el Laboratorio Teatral de William Layton, Lola no ha dejado de trabajar en producciones nacionales e internacionales. Esto fue lo que nos contó.

 

La realidad, a veces, supera a la ficción y la ficción suele beber de la realidad en mayor o menor medida. ¿Dónde nace la idea detrás de Jusqu’ici, tout va? ¿Cómo llega a tus manos? ¿Qué es lo que llamó tu atención del proyecto para aceptar la propuesta?.

Francesc y yo nos conocimos haciendo una serie de Televisión Española, Mercado Central, donde hacia de su madre. Dentro del buen ambiente que había entre el elenco, ambos establecimos una conexión especial desde el primer momento, trabajábamos muy bien juntos. Después del rodaje de la serie y en mitad de la segunda ola de la pandemia, me propuso hacer una película. Cabe señalar que Francesc, dentro del panorama teatral catalán, se mueve bastante por el terreno de la auto ficción. Claro, cuando me lo propuso yo pensé en una manera tradicional de hacer películas, pero me dijo: “No, no, lo que vamos a hacer es charlar”.

Fuimos a tomar un café y estuvimos hablando de distintos temas, mientras él tomaba notas. A los pocos días, me envió las primeras diez páginas del guión y ahí fue donde fui consciente del tipo de proyecto que quería hacer: Íbamos a ser Lola y Francesc, íbamos a hablar tal y como solemos hacer fuera de cámaras.

La construcción del guión fue bastante colaborativo. Él escribía por tramos y yo intervenía en el arreglo de algunas líneas con el objetivo de que lo escrito se asemejase a cómo suelo expresarme. Él quería que el proyecto tuviese nuestra identidad, pero sin dejar tampoco de respetar su excepcional forma de escribir.

Cuando se cerró el guión estuvimos ensayando prácticamente un mes, tres o cuatro días por semana. Aún teniendo un texto con principio y final, el guión continuó vivo, experimentando cambios durante los ensayos. A veces, pasando texto y poniendo en boca lo escrito, se nos ocurrían algunas modificaciones. Sin duda, lo más bonito de Jusqu’ici, tout va fue ese trabajo previo que hubo detrás.

Este año estoy viendo mucho más cine español porque se están realizando propuestas más arriesgadas y novedosas, que difuminan la línea entre realidad y ficción, a veces jugando con el falso documental o con esta auto ficción de la que hablábamos, visibles en películas como Alcarrás o La Maternal, que buscan nuevas formas de contar historias. Sin duda, me parecía emocionante embarcarme en un proyecto así.

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Durante los primeros minutos, la película abre un debate acerca de dos comportamientos muy opuestos en un artista: La arrogancia sincera y la falsa modestia. También se menciona un posible punto medio. ¿Qué opinas sobre la existencia de estos claroscuros en la profesión? ¿Hay, a caso, un gris a medio camino?

Es difícil encontrar un balance. Es una profesión en la que todo, tanto lo bueno como lo malo, está a flor de piel. En un artista pueden coexistir vanidades, egos, pudores e inseguridades. Todas estas sensaciones están constantemente alrededor tuyo, tocándote, rozándote. No es bueno dejarte llevar por los halagos y los éxitos, igual que tampoco lo es dejarte absorber por las críticas o los baches.

Pero sí, creo que puede haber un punto medio. Uno de mis profesores de teatro decía que en está profesión hay un factor de ego bastante importante y ese es el monstruo de cada uno de nosotros. Cada uno lo maneja o lo controla como puede, con más o menos filtros, pero está ahí.

Sin ir más lejos, el otro día comentaba Ester Expósito, con quien trabajé en Élite, que durante el boom que experimentó la serie, dada la inexperiencia que tenían los más jóvenes del elenco, contaron con preparadores especiales para aprender a gestionar el incremento de seguidores, el impacto en redes y las emociones tan explosivas y contradictorias que acarreaba todo esto.

Por eso digo que la experiencia de ser actor es muy intransferible. Siempre que un compañero de oficio me pide un consejo recalco que todo lo que diga será desde mi experiencia personal. Lo que aprendes en un rodaje no siempre te sirve para el siguiente. Lo que has vivido tú no siempre le va a servir al compañero que tienes al lado. Cada actor tiene una experiencia distinta.

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Se nota el cariño que tiene Jusqu’ici, tout va y todas las personas que estáis involucradas por el cine. Crear y contar historias es una vocación que suele nacer a temprana edad y que va muy unida a nuestro niño interior. ¿Cuál fue el primer personaje que interpretaste?

Sin duda, lo hacemos todos de niños, jugamos a ser otros. Ahí es cuando se produce un “enganche” a esa pasión de vivir otras vidas, por otro lado hay gente a la que se le pasa y termina dedicándose a otra cosa. Aunque todo el mundo ha sido actor o actriz en su infancia, la gran mayoría encuentra otra vocación, pero muchos otros nos quedamos allí.

En cuanto a mi primer personaje, hay que volver a mi época de estudiante en la Escuela de Arte Dramático, en Málaga. Yo estaba en preparatorio, un curso de dos días a la semana que servía para que la gente supiera a lo que se iba a enfrentar si entraba en la escuela, cuando aparecieron unos alemanes para rodar una película en Marbella. Me vieron pasar por allí, pidieron mi número de teléfono y me convocaron para hacer de secretaria.

Cuando viví aquel rodaje pensé “¿Esto es el cine?”. Claro, la película iba sobre unos alemanes que iban a Marbella por ocio y, por aquella época, los desnudos femeninos eran un pilar de gran parte de los largometrajes (aunque no era el caso de mi personaje). Fue gracioso el punto de vista de los extranjeros, que veían Málaga en pleno marzo como si aquello fuese el Caribe. Me veían con mi cuello vuelto y con el abrigo y alucinaban. Aquella experiencia reunió todo aquello que desanimaría a una actriz en sus comienzos, pero algo me dijo que tenía que seguir.

Más tarde llegó mi primer papel de verdad, ya cursando en la escuela, uno que requería interpretar y poner toda la carne en el asador. Fue una obra de teatro de John Osborne, uno de los primeros dramaturgos de los sesenta que empezaron a cambiar el paradigma del teatro inglés. Ahí fue la primera vez que me dieron un personaje tan distinto y tan ajeno a mí que el resto de mis compañeros se sorprendieron. Era el papel femenino con mayor peso, una mujer de cuarenta años, barriobajera, en una zona de viviendas sociales. En cambio, yo tenía diecisiete años, salía de un instituto femenino y se me solía calificar de “niña mona”. Pero la profesora vio algo en mi para darme aquel papel.

El proceso de trabajo de ese personaje fue muy mágico. Me sacaron de la zona de confort y me hicieron ver de lo que era capaz en el escenario. Ahí si pensé, por fin, que esto era lo que me hacía feliz

Puede ser una imagen de 2 personas, personas de pie e interior

Tanto en los sets de grabación como en los escenarios, las emociones son la materia prima, las herramientas con las que se cuentan las historias. Es un trabajo que coloca en una posición de vulnerabilidad, muchas veces, a los involucrados. ¿Crees que es importante la conversación sincera entre actor y director?

Yo parto de la base, cuando comienzo un nuevo proyecto, de que todo el mundo tiene las mejores voluntades para el resto. Cuando vas a estar tantas horas en un set o en un escenario con el mismo equipo, todo el mundo parte de la mejor voluntad.

Aún así, si es cierto que siempre te encuentras con esas escenas en las que te van a demandar situarte en una tesitura más complicada de lo normal, que puede ser física, emocional o con equis riesgos. En estas situaciones, uno normalmente intenta hablar las cosas antes con el director.

Me acuerdo de una anécdota de mi paso por una serie, una situación de este tipo, una tontería sin importancia que sirve de ejemplo. Yo estaba en mi camerino, desde donde se escuchaba todo, y escuché a gente de vestuario pasar mientras hablaban de mi sujetador. De repente pensé: “¿Qué tiene que ver mi sujetador en esta secuencia, si no aparece ni tiene relevancia alguna?”. Al final, decidí salir y pregunté: “Perdonad, ¿De qué estáis hablando?”. Me dijeron que el director quería ver mi sujetador, algo de lo que no me había avisado. Luego bajé, hablé con él e hicimos la escena de otra manera.

En definitiva, todos los miembros que conforman una estructura de trabajo en un proyecto teatral, televisivo o cinematográfico, incluyendo los actores, deben tener siempre la posibilidad de hablar y negociar en busca de un bien común. Y, ya no solo en el rodaje, también en el día a día, no hay que tener miedo a decir que no. Como bien se dice en Jusqu’ici, tout va: “El sí te compromete, el no te define”.

Lola Marceli: “El sí te compromete, el no te define”