miércoles. 06.11.2024
CRÍTICA DE CINE

Eddie el águila: El gran salto

Estamos ante una película de superación personal tan del gusto hollywoodiense. Ese tipo de producciones en las que un personaje desvalido y sin posibilidades de alcanzar sus retos personales se transforma a golpe de ilusión y trabajo y acaba consiguiendo los éxitos más impensables. 

 

eddie cartel

 

Comedia | 105 min | GB 2016

Título: Eddie el águila. 
Título original: Eddie the eagle.
Director: Dexter Fletcher.
Guión: Simon Kelton, Sean Macaulay.
Actores: Taron Egerton, Hugh Jackman, Christopher Walken, Marc Benjamin.
Estreno en España: 10/06/2016 
Productora: Saville Productions / Studio Babelsberg

Distribuidora: Twenty Century Fox Spain.

 

 

Sinopsis

La película detalla las inspiradoras hazañas de Michael Edwards, mejor conocido como Eddie el Águila, el más famoso saltador de esquí en la historia británica. El enfoque de la película hacia el deporte de Edwards, de nunca rendirse, festeja el espíritu humano.

Crítica

Estamos ante una película de superación personal tan del gusto hollywoodiense. Ese tipo de producciones en las que un personaje desvalido y sin posibilidades de alcanzar sus retos personales se transforma a golpe de ilusión y trabajo y acaba consiguiendo los éxitos más impensables. Así, la figura de Eddie Edwards, un saltador de esquí que consiguió el meritorio logro de representar por primera vez a Gran Bretaña en esta disciplina clasificándose para disputar unos Juegos Olímpicos de Invierno (concretamente los de Calgary 1988), sirve de base para contar una historia que ya hemos visto más de mil veces pero que, llamémosle por la magia del cine, nos sigue emocionando como la primera vez.

Bien sea porque nos han educado, cinematográficamente hablando, a esta suerte de producciones americanas en las que te convencen de que cualquier obstáculo puede ser salvable a base de tesón y sacrificio, o bien porque a fin de cuentas se trata de proyectar nuestras propias frustraciones en individuos que al menos tuvieron la osadía de intentar superar sus propias expectativas, lo cierto es que Eddie el Águila entretiene e incluso consigue elevarnos el ánimo en su tramo final, ese en el que el esfuerzo se ve recompensado con la aclamación y reconocimiento popular y en el que los tonos grisáceos mutan en el rosa más kitsch.

Hay que felicitar a los hacedores de este recomendable documental por su afán y empeño en reivindicar la figura de este ilustre músico. 

Todo en este film está orquestado a la perfección para ofrecernos un trabajo artesano que requiera la mínima interpretación por parte del espectador. Su inicio podría ser el de cualquiera de los retratos arrabaleros de las películas de Ken Loach: una familia obrera con más deudas que caprichos que hará lo indecible (con el desagrado del huraño padre) para poder dar a su hijo la oportunidad que se merece y conseguir así un momento de gloria que ellos ni hubieran imaginado en sus rutinarias vidas. De ahí pasamos a los primeros pasos del héroe de la función por las pistas de esquí. Será maltratado y vejado por todos aquellos que conforman la élite de ese deporte y a los que no les gusta tener que compartir su tiempo con bichos raros. Pero ahí emergerá la figura del entrenador, antiguo saltador retirado que ahoga sus penas de glorias pasados sumergido en el alcohol (¿existirá alguna trama de este tipo donde el manager no tenga algún tipo de adicción?) que no es otro que el cachas de Hugh Jackman.

 La inteligencia de esta obra radica en abrir muchas puertas pero no cerrar ninguna.

Del resto no desvelaremos nada más aunque hasta el menos avezado en la materia ya puede imaginarse por donde van a ir los tiros, así que nos ceñiremos a apuntar algunos aspectos puntuales que consiguen hacer creíble una peripecia bastante ensanchada si nos atenemos a lo que fue la proeza real. El primero de ellos es la envolvente música de arraigo ochentero compuesta por Matthew Margeson. Este músico de Nueva Jersey se ha especializado en poner score a algunas producciones localizadas en aquella nostálgica década. Sintetizadores a porrillo (lo que los entendidos llamaron Synth Pop) que nos retrotraen a momentos de la infancia en los que nos pasábamos el día jugando a videojuegos (Margreson compuso la banda sonora de la muy recomendable cinta de animación Rompe Ralph, basada en este tipo de arcaicos juegos) o viendo series de animación (también firmó el soundtrack de Transformers: Prime. 

Total, todo un especialista en recrear la música de aquella época que aquí se ve acompañado por un puñado de canciones míticas de la época (por allí suenan Frankie Goes to Hollywood, Deacon Blue, Van Halen, la OMD…), y por una puesta en escena brillante y detallista en una peculiar estética que nos traslada de un plumazo cuarenta años atrás en el tiempo con su vestuario (esos anoraks psicodélicos), peinados (bombas gigantes de rizos, flequillos parados de forma chistosa),  y demás aderezos que sonrojarían a cualquier habitante de nuestro planeta que no habitara en aquella época marciana de nuestras vidas.

En definitiva, un film correcto de estética cuidada que cumple su cometido de entretener sin aportar nada nuevo a un tipo de argumento que no despunta precisamente por su originalidad. En este punto de corrección también se puede incluir la labor del elenco actoral a los que se les une, ya hacia el final, un par de nombres ilustres de la escena que aquí asoman palmito en un par de cameos intrascendentes. ¡Ah!. Y ojo con el protagonista del film, un emergente Taron Edgerton que entre sus múltiples proyectos de futuro tiene planeado revivir nada más y nada menos que la figura de Robin Hood en sus orígenes.   


Eddie el águila: El gran salto