jueves. 28.03.2024
CRÍTICA DE CINE

Robots. La invasión: Engendro mecánico

Estamos ante un subproducto indigno de ser estrenado en cines (debería haber ido directamente al mercado doméstico) que no funciona ni como homenaje a los films de ciencia ficción de los años setenta (con clásicos incombustibles como El abismo negro y La fuga de Logan a la cabeza) ni como espectáculo visual.

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Ciencia-ficción | 90 min. | UK-Canadá 2014

Título: Robots. La invasión. 
Título original: Robot Overlords.
Director: Jon Wright.
Guión: Mark Stay, Jon Wright.
Actores: Ben Kingsley, Gillian Anderson, Ella Hunt, Milo Parker, Roy Hudd.
Estreno en España: 19/02/2016 
Productora: Pinewood Studios, Brittish Film Company.

Distribuidora: Flins & Pinículas.

 

 

Sinopsis

La Tierra ha sido conquistada por robots de una galaxia lejana. Los supervivientes viven confinados en sus hogares y son obligados a usar implantes electrónicos, arriesgándose a ser incinerados si salen de sus casas. En la ocupada Bretaña, las ciudades han sido devastadas y una banda de adolescentes viven en la costa con la constante amenaza robot.

Crítica

Si existiera un comité de selección que escogiera la idoneidad de las películas a estrenar cada semana en nuestra cartelera seguramente Robots: La Invasión no hubiera pasado el corte. Y es que estamos ante un auténtico bodrio con mayúsculas de esos que no dejan indiferente cuando sales del cine. En teoría el asunto tenía buenos mimbres para haber construido un buen cesto: un director como Jon Wright que había triunfado dentro del fantástico de serie b en Festivales de cine de prestigio con su anterior trabajo, la gamberra y muy dinámica Grabbers (2012); unos actores de primera fila como Ben Kingsley y Gillian Anderson que debían aportar seriedad y entereza al conjunto, o unos efectos especiales de relumbrón que nos convencieran de la pretendida invasión de los robots que reza en el título. 

Las dos estrellas rutilantes que encabezan el cartel andan muy perdidos.

Pues ni una cosa ni la otra; la puesta en escena es de una cutrez supina, más propia de un telefilm de sobremesa dominical que de una película que pretende enjundia; las dos estrellas rutilantes que encabezan el cartel andan muy perdidos, ambos con caras de no tener ni idea de donde se han metido y como les han podido engañar, y por si fuera poco los efectos (que parecen sacados de cualquier capítulo de Dr. Who) casi ni aparecen a lo largo del metraje, desaprovechado a base de subtramas inútiles que no conducen a ningún sitio. 

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La trama del film nos sitúa en un pueblo donde los robots dominan a su antojo a sus acongojados habitantes. Estos resisten hacinados en sus casas bajo la amenaza de que si se les ocurre salir a dar una vuelta serán automáticamente exterminados. Algunos chavales descubren por esas chiripas de la vida como pueden apagar una suerte de chip que funciona como dispositivo de seguimiento por control remoto insertado en sus cabezas  y se deciden a salvar al planeta del agobiante dominio chatarrero. Para ello contarán con la ayuda de una madre coraje (Anderson) que por el camino resolverá sus problemas familiares y de varios outsiders de buen corazón que utilizarán su macarrismo para tratar de tú a tú a los invasores.

Mientras dura su huida, los robots, liderados por una especie de versión malvada del Haley Joel Osment de Inteligencia Artificial (sin duda lo mejor de la función por el mal rollo espeluznante que provoca) y ayudados por una especie de encargado chivato vengativo (Kingsley) intentarán por todos los medios tecnológicos a su alcance desbaratar los planes de pacificación de los sufridos adolescentes. 

Si tienes la idea de rodar una película de ciencia ficción y tu presupuesto es bastante ajustado lo peor que puedes hacer es barnizarla de grandilocuencia. 

El guión no hay por dónde cogerlo, trufado de diálogos incoherentes e intrascendentes sobre parafernalia distópica y de situaciones hilarantes que pretenden ser serias. Más que de producto de serie B podríamos hablar de película de serie Z por lo zarrapastroso de su acabado. Y es que si tienes la idea de rodar una película de ciencia ficción y tu presupuesto es bastante ajustado lo peor que puedes hacer es barnizarla de grandilocuencia.

Existen otras películas fantásticas (tanto en el sentido de género como por ser propuestas excelentes) que supieron suplir la falta de recursos con una imaginación desbordante, caso de la nunca suficientemente ponderada Cube, de Vincenzo Natali (1997). Allí la tensión se palpaba en cada fotograma, y no como aquí, que a los diez minutos de visionado ya estás deseando que alguno de los protagonistas sea aniquilado por soso y mal actor. Y es que en ocasiones, debido a lo mecánico de sus interpretaciones, se hace difícil discernir quién es el humano y quién es el robot…

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En definitiva, un subproducto indigno de ser estrenado en cines (debería haber ido directamente al mercado doméstico) que no funciona ni como homenaje a los films de ciencia ficción de los años setenta (con clásicos incombustibles como El abismo negro y La fuga de Logan a la cabeza) ni como espectáculo visual, ya que quiere rayar a la altura de una superproducción hollywoodiense y no pasa de un producto del baratillo espacial.

Lo mejor, los paisajes idílicos donde transcurre la acción (el film fue rodado en una isla de Irlanda del Norte). Dan ganas de ir a pasar unas vacaciones, siempre y cuando tanto los robots como todo el equipo de rodaje ya hayan hecho las maletas y se hayan largado del lugar, no va a ser que les diera la idea de perpetrar una segunda parte con los retales sobrantes de la primera.


 
Robots. La invasión: Engendro mecánico